Página 101 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Matrimonio y esfuerzos subsiguientes
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a nuestra cama y le pedíamos a Dios que nos concediera fuerzas
para trabajar durante el día. No quedábamos satisfechos a menos
que tuviéramos la seguridad de que el Señor había escuchado nues-
tra oración. Después de eso mi esposo salía a segar el heno con la
guadaña, no con sus propias fuerzas, sino con las fuerzas del Señor.
En la noche, cuando regresaba a casa, nuevamente orábamos a Dios
pidiéndole fuerzas a fin de ganar los medios necesarios para esparcir
su verdad. Con frecuencia nos bendecía abundantemente. En una
carta al hermano Howland, de julio de 1848, mi esposo escribió:
“Dios me concede la fuerza necesaria para trabajar duramente duran-
te todo el día. ¡Alabado sea su nombre! Espero recibir unos pocos
dólares para usar en su causa. He sufrido fatiga, dolor, hambre, frío
y calor a causa del trabajo, mientras me esfuerzo por hacer el bien
a nuestros hermanos, y estamos listos para sufrir aún más si Dios
así lo requiere. Hoy me regocijo porque la comodidad, el placer y
el bienestar de esta vida son un sacrificio sobre el altar de mi fe
y esperanza. Si nuestra felicidad consiste en hacer felices a otros,
entonces ciertamente nos sentimos felices. El verdadero discípulo
no vivirá para gratificar su amado yo, sino para honrar a Cristo y
para el bien de sus hijos. Debe sacrificar su comodidad, su placer, su
bienestar, su conveniencia, su voluntad y sus propios deseos egoístas
por la causa de Cristo, porque en caso contrario nunca reinará con él
en su trono”.
Los recursos obtenidos con el trabajo en el campo de heno fue-
ron suficientes para satisfacer nuestras necesidades del momento y
también para pagar nuestros gastos de viaje de ida y vuelta a Nueva
York.
Nuestra primera conferencia en Nueva York se llevó a cabo en
Volney, en el galpón de un hermano. Había presentes unas treinta
y cinco personas, todas las que se pudieron reunir en esa parte del
Estado. Pero entre ellas difícilmente había dos que estuvieran de
acuerdo. Algunos creían en errores serios y todos se esforzaban
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por imponer sus propios puntos de vista, declarando que estaban de
acuerdo con las Escrituras.
Estas extrañas diferencias de opinión me afligieron mucho, por-
que veía que deshonraban a Dios. Esta situación me provocó una
preocupación tan grande que me desmayé. Algunos temían que estu-
viera muriendo, pero el Señor escuchó las oraciones de sus siervos y