Página 99 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Matrimonio y esfuerzos subsiguientes
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Esta vez se me mostró que el Señor nos había estado probando
para nuestro propio bien, y preparándonos para trabajar en favor
de otros; que nos había estado sacudiendo para impedir que nos
estableciéramos cómodamente. Nuestro deber consistía en trabajar
por las almas; si hubiéramos sido prosperados, el hogar nos hubiera
parecido tan placentero que no nos habríamos sentido inclinados a
abandonarlo. Por eso Dios había permitido que nos sobrevinieran
pruebas, a fin de prepararnos para enfrentar conflictos todavía más
grandes, a los que tendríamos que hacer frente en nuestros viajes.
Pronto recibimos cartas de hermanos que vivían en diferentes estados
que nos invitaban a visitarlos; pero carecíamos de medios para
trasladarnos a esos lugares. Nuestra respuesta fue que no había forma
de hacerlo. Pensé que sería imposible para mí viajar con mi hijo.
No deseábamos depender de los demás y poníamos gran cuidado
en vivir de acuerdo con nuestros recursos. Estábamos resueltos a
sufrir antes que a endeudarnos. Disponía de medio litro de leche
para mí y para mi hijo. Una mañana al salir mi esposo al trabajo,
me dejó nueve centavos. Con ellos podría comprar leche para tres
mañanas. Pasé un largo rato tratando de decidirme si comprar leche
para mí y mi bebé o comprar una prenda de ropa que él necesitaba.
Finalmente abandoné la idea de comprar leche y en cambio adquirí
la tela necesaria para confeccionar la prenda que cubriría los brazos
desnudos de mi hijito.
El pequeño Enrique enfermó de gravedad, y empeoró con tanta
rapidez que nos alarmamos mucho. Cayó en un estado de estupor;
tenía la respiración rápida y pesada. Le dimos remedios sin ningún
resultado positivo. Luego llamamos a una persona que conocía de
enfermedades, quien nos dijo que era dudoso que se recuperara.
Habíamos convertido al niño en una excusa para no trabajar por el
bien de los demás, y temíamos que el Señor nos lo quitara. Una
vez más nos postramos delante del Señor, y le pedimos que tuviera
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compasión de nosotros y salvara la vida del niño: y le prometi-
mos solemnemente avanzar confiando en él dondequiera que él nos
enviara.
Nuestras peticiones fueron fervientes y llenas de agonía. Por
fe reclamamos las promesas de Dios y creímos que él escucharía
nuestro clamor. La luz del cielo comenzó a brillar sobre nosotros
abriéndose paso entre las nubes y nuestras oraciones fueron miseri-