Página 98 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
con muebles prestados. Eramos pobres y pasamos por grandes estre-
checes económicas. Habíamos resuelto no depender de los demás
y sostenernos por nuestra propia cuenta, además de tener algo para
ayudar a otros. Pero no fuimos prosperados. Mi esposo trabajaba
duramente acarreando piedras para el ferrocarril; pero no logró re-
cibir lo que le correspondía por su trabajo. Los hermanos Howland
compartían bondadosamente con nosotros todo lo que podían; pero
también ellos vivían en necesidad. Creían plenamente el primer y
segundo mensajes, y habían compartido generosamente sus bienes
para adelantar la obra, hasta quedar reducidos a lo que les propor-
cionaba su trabajo diario.
Mi esposo dejó de trabajar en el ferrocarril, y se fue con su
hacha a cortar leña al bosque. Aunque sentía continuamente un
dolor en el costado, trabajaba desde temprano en la mañana hasta
el oscurecer, para ganar cincuenta centavos de dólar al día. Algunas
noches no podía dormir debido al intenso dolor que experimentaba.
Nos esforzamos por mantener buen ánimo y confiar en el Señor. Yo
no me quejaba. En la mañana sentía gratitud a Dios porque nos había
preservado durante una noche más, y en la noche agradecía porque
nos había cuidado durante otra jornada. Un día, cuando nuestras
provisiones se habían terminado, mi esposo fue a ver a su empleador
para recibir dinero o provisiones. Era un día tormentoso y tuvo que
caminar casi cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, en
medio de la lluvia. Volvió a casa trayendo sobre la espalda un saco
de provisiones atadas en diferentes compartimientos, pasó con esa
carga por la aldea de Brunswick, un lugar donde había presentado
mensajes espirituales con frecuencia. Cuando entró en casa, muy
cansado, sentí un gran desánimo. Mi primer pensamiento fue que
Dios nos había abandonado. Le dije a mi esposo: “¿A esto hemos
llegado? ¿Nos ha abandonado el Señor?” No pude contener mis
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lágrimas. Lloré y me lamenté durante horas, hasta que me desmayé.
Se elevaron oraciones en mi favor. Cuando volví en mí, experimenté
la influencia alentadora del Espíritu de Dios, y lamenté haberme
dejado dominar por el desánimo. Deseamos seguir a Cristo y ser
como él; pero a veces vacilamos a causa de las pruebas, y nos
alejamos un tanto de él. Los sufrimientos y las pruebas nos acercan
a Jesús. El horno encendido consume la escoria y hace brillar el oro.