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              Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
            
            
              con muebles prestados. Eramos pobres y pasamos por grandes estre-
            
            
              checes económicas. Habíamos resuelto no depender de los demás
            
            
              y sostenernos por nuestra propia cuenta, además de tener algo para
            
            
              ayudar a otros. Pero no fuimos prosperados. Mi esposo trabajaba
            
            
              duramente acarreando piedras para el ferrocarril; pero no logró re-
            
            
              cibir lo que le correspondía por su trabajo. Los hermanos Howland
            
            
              compartían bondadosamente con nosotros todo lo que podían; pero
            
            
              también ellos vivían en necesidad. Creían plenamente el primer y
            
            
              segundo mensajes, y habían compartido generosamente sus bienes
            
            
              para adelantar la obra, hasta quedar reducidos a lo que les propor-
            
            
              cionaba su trabajo diario.
            
            
              Mi esposo dejó de trabajar en el ferrocarril, y se fue con su
            
            
              hacha a cortar leña al bosque. Aunque sentía continuamente un
            
            
              dolor en el costado, trabajaba desde temprano en la mañana hasta
            
            
              el oscurecer, para ganar cincuenta centavos de dólar al día. Algunas
            
            
              noches no podía dormir debido al intenso dolor que experimentaba.
            
            
              Nos esforzamos por mantener buen ánimo y confiar en el Señor. Yo
            
            
              no me quejaba. En la mañana sentía gratitud a Dios porque nos había
            
            
              preservado durante una noche más, y en la noche agradecía porque
            
            
              nos había cuidado durante otra jornada. Un día, cuando nuestras
            
            
              provisiones se habían terminado, mi esposo fue a ver a su empleador
            
            
              para recibir dinero o provisiones. Era un día tormentoso y tuvo que
            
            
              caminar casi cinco kilómetros de ida y otros tantos de vuelta, en
            
            
              medio de la lluvia. Volvió a casa trayendo sobre la espalda un saco
            
            
              de provisiones atadas en diferentes compartimientos, pasó con esa
            
            
              carga por la aldea de Brunswick, un lugar donde había presentado
            
            
              mensajes espirituales con frecuencia. Cuando entró en casa, muy
            
            
              cansado, sentí un gran desánimo. Mi primer pensamiento fue que
            
            
              Dios nos había abandonado. Le dije a mi esposo: “¿A esto hemos
            
            
              llegado? ¿Nos ha abandonado el Señor?” No pude contener mis
            
            
              [83]
            
            
              lágrimas. Lloré y me lamenté durante horas, hasta que me desmayé.
            
            
              Se elevaron oraciones en mi favor. Cuando volví en mí, experimenté
            
            
              la influencia alentadora del Espíritu de Dios, y lamenté haberme
            
            
              dejado dominar por el desánimo. Deseamos seguir a Cristo y ser
            
            
              como él; pero a veces vacilamos a causa de las pruebas, y nos
            
            
              alejamos un tanto de él. Los sufrimientos y las pruebas nos acercan
            
            
              a Jesús. El horno encendido consume la escoria y hace brillar el oro.