Página 97 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Matrimonio y esfuerzos subsiguientes
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él nos llevaría a salvo hasta nuestro destino, si eso contribuía a su
gloria.
En ese momento aprecié la esperanza cristiana. La escena que se
desarrollaba ante mí trajo a mi mente vívidos pensamientos acerca
del día terrible de la ira divina, cuando los pobres pecadores serán
sobrecogidos por la tormenta de su ira. Entonces habrá amargas
exclamaciones de reconvención y lágrimas, confesiones de los peca-
dos cometidos y ruegos pidiendo misericordia; pero será demasiado
tarde. “Por cuanto llamé y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no
hubo quien atendiese, sino que desechasteis todo consejo mío y mi
reprensión no quisisteis, también yo me reiré en vuestra calamidad”.
Proverbios 1:24-26
.
Por la misericordia divina todos llegamos a salvo a tierra. Pero
algunos de los pasajeros que habían manifestado gran temor durante
la tormenta, hablaron despreocupadamente de ella y dijeron que sus
temores habían sido infundados. Una dama que había prometido
solemnemente que se haría cristiana si se le salvaba la vida y podía
ver tierra nuevamente, al salir del barco exclamó burlonamente:
“¡Gloria a Dios, me alegro de volver a pisar tierra!” Le pedí que
retrocediera en su pensamiento algunas horas, y recordara la promesa
que había hecho. Se alejó de mí con una expresión de desprecio.
Eso me hizo recordar el arrepentimiento que algunos sienten
cuando están en el lecho de muerte. Algunas personas se sirven a sí
mismas y a Satanás durante toda su vida, y luego caen afligidas por
la enfermedad, lo cual las hunde en la incertidumbre; manifiestan
cierto grado de aflicción por el pecado, y tal vez se muestran dis-
puestas a morir, y sus amigos les hacen creer que se han convertido
genuinamente y están listas para el cielo. Pero si estas personas re-
cuperan la salud, siguen siendo tan rebeldes como siempre. Acuden
a mi mente las palabras de (
Proverbios 1:27-28
): “Cuando viniere
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como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare
como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y
angustia, entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de
mañana, y no me hallarán”.
Nuestro hijo mayor, Enrique Nicolás White, nació en Gorham,
Maine, el 26 de agosto de 1847. En octubre, los esposos Howland,
de Topsham, nos ofrecieron bondadosamente una parte de su casa,
lo que aceptamos con gozo y comenzamos nuestra vida de hogar