Página 96 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
una gran preocupación por mí, con el poder de Dios descansando
sobre él se levantó de sus rodillas, vino hasta donde yo me encontra-
ba y colocando las manos sobre mi cabeza, dijo: “Hermana Elena,
Jesucristo te sana”; luego cayó hacia atrás postrado por el poder
de Dios. Acepté que ese acto procedía de Dios y me abandonó el
dolor. Me llené de agradecimiento y de paz. En mi corazón tenía
este pensamiento: “No existe ayuda para nosotros fuera de Dios.
Podemos disfrutar de paz únicamente cuando descansamos en él y
esperamos su salvación”.
Al día siguiente sobrevino una fuerte tormenta, por lo que nin-
guno de nuestros vecinos vino a visitarnos. Me levanté y me fui
a la sala de la casa. Cuando algunos vecinos vieron que las ven-
tanas de mi cuarto estaban abiertas, supusieron que había muerto.
No sabían que el gran Médico había entrado misericordiosamente
en nuestra morada, había reprochado a la enfermedad y me había
librado de ella. Al día siguiente viajamos casi sesenta kilómetros
hasta Topsham. Algunas personas le preguntaron a mi padre cuándo
realizarían el funeral. Mi padre preguntó: “¿De qué funeral hablan?”
“Del funeral de su hija”, fue la respuesta. Mi padre respondió: “Ella
ha sido sanada por la oración de fe y ahora va en camino hacia
Topsham”.
Algunas semanas después de esto, mientras viajábamos hacia
Boston, tomamos el barco de vapor en Portland. Se levantó una fuer-
te tormenta y corríamos un tremendo riesgo. El barco se balanceaba
peligrosamente y las olas se estrellaban contra las ventanas de los
camarotes. Reinaba mucho temor en el sector de las damas. Muchas
confesaban sus pecados y clamaban a Dios pidiendo misericordia.
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Algunas invocaban a la Virgen María para que las protegiera, mien-
tras otras hacían solemnes promesas a Dios de que si llegaban a
tierra a salvo dedicarían sus vidas a su servicio. Era una escena de
terror y confusión. Mientras el barco cabeceaba, una dama se volvió
hacia mí y me dijo: “¿Usted no siente miedo? Considero que es un
hecho que nunca llegaremos a tierra”. Le dije que había buscado re-
fugio en Cristo y que si yo había terminado mi obra podía muy bien
descansar en el fondo del océano como en cualquier otro lugar; pero
si mi obra todavía no había concluido, todas las aguas del océano
no bastarían para ahogarme. Tenía mi confianza puesta en Dios, y