Página 95 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

Matrimonio y esfuerzos subsiguientes
91
la ansiedad y el trabajo incesante, ha avanzado la obra hasta que
las grandes verdades de nuestro mensaje han llegado a constituir un
todo claro, eslabonado y perfecto, que se ha predicado al mundo.
Hablé anteriormente de mi relación con el pastor Bates. Encontré
que se trataba de un caballero cristiano genuino, cortés y bondadoso.
Me trató con gran ternura, como si hubiera sido su hija. La primera
vez que me oyó hablar manifestó gran interés. Cuando terminé mi
discurso, se levantó y dijo: “Yo tengo mis dudas, como Tomás. No
creo en visiones. Pero si pudiera creer que el testimonio que la
hermana ha presentado esta noche es en realidad la voz de Dios
para nosotros, sería el hombre más feliz. He quedado profundamente
conmovido. Creo que la oradora es una persona sincera, pero no
puedo explicar cómo es posible que a ella se le hayan mostrado las
cosas admirables que acaba de presentarnos”.
Pocos meses después de mi casamiento, asistí con mi esposo
a unas reuniones llevadas a cabo en Topsham, Maine, a las que
también asistió el pastor Bates. Por entonces aún no creía que mis
visiones procedieran de Dios. Esa reunión fue una ocasión de mucho
interés. El Espíritu de Dios descendió sobre mí y recibí una visión de
la gloria de Dios, y por primera vez pude contemplar otros planetas.
Cuando salí de la visión, relaté lo que había visto. Entonces el
pastor Bates me preguntó si había estudiado astronomía. Contesté
que no recordaba haber leído ni estudiado nada sobre astronomía.
El dijo: “Esto procede del Señor”. Nunca antes lo había visto tan
aliviado y feliz. Su rostro brillaba con la luz del cielo, y exhortaba
poderosamente a la iglesia.
[80]
Después de esas reuniones mi esposo y yo regresamos a Gor-
ham, lugar donde mis padres vivían. Allí enfermé de gravedad y sufrí
muchísimo. Mis padres, mi esposo y mis hermanas se unieron en
oración por mí, pero continué sufriendo durante tres semanas. Con
frecuencia caía desmayada, como si estuviera muerta; pero revivía
como respuesta a las oraciones. Mi agonía era tan intensa que rogaba
a los que se encontraban junto a mí que no siguieran orando por mi
restablecimiento, porque pensaba que sus oraciones sólo prolonga-
ban mis sufrimientos. Nuestros vecinos me dieron por muerta. Al
Señor le pareció bien probar nuestra fe durante un tiempo. Un día,
mientras mis amigos nuevamente se encontraban reunidos para orar
en mi favor, un hermano que se encontraba presente y manifestaba