Página 105 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Publicando y viajando
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del Señor y orábamos fervorosamente y con lágrimas, rogando que
su bendición acompañara a los mensajeros silenciosos. Muy pronto
comenzaron a llegar cartas con dinero destinado a la publicación de
este folleto, y también las buenas nuevas de que muchas personas
estaban aceptando la verdad.
No interrumpimos nuestros esfuerzos por predicar la verdad
cuando comenzamos esta obra de publicaciones, sino que seguimos
viajando de un lugar a otro, proclamando las doctrinas que nos ha-
bían traído tanta luz y gozo; continuamos animando a los creyentes,
corrigiendo los errores y poniendo las cosas en orden en la iglesia.
Con el fin de llevar adelante la empresa de las publicaciones, y al
mismo tiempo continuar nuestros trabajos en diferentes partes del
campo, la publicación del folleto se trasladó a diversos lugares.
En 1850 se publicó en Paris, Maine. En ese lugar lo ampliamos
y le cambiamos el nombre por el que tiene en la actualidad:
The
Advent Review and Sabbath Herald
(La revista adventista y heraldo
del sábado). Los amigos de la causa eran escasos y carecían de
riquezas, de modo que todavía nos sentíamos obligados a luchar con
la pobreza y con gran desánimo. El trabajo excesivo, las preocupa-
ciones, la ansiedad, la falta de alimentos nutritivos y la exposición al
frío durante nuestros largos viajes invernales, fueron demasiado para
mi esposo, por lo que fue derribado por el peso de la carga. Se puso
tan débil que apenas podía caminar hasta la imprenta. Nuestra fe fue
probada en grado sumo. Habíamos soportado voluntariamente las
privaciones, el trabajo y el sufrimiento; sin embargo la gente inter-
pretó mal nuestros motivos y éramos considerados con desconfianza
y celos. Pocas personas por cuyo bien habíamos trabajado daban
muestras de apreciar nuestros esfuerzos. Nos encontrábamos dema-
siado confundidos para poder dormir o descansar. Las horas durante
las cuales debiéramos haber repuesto fuerzas mediante el sueño, con
frecuencia las pasábamos contestando largas comunicaciones oca-
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sionadas por la envidia; y mientras otros dormían, pasamos muchas
horas derramando lágrimas de agonía y lamentándonos delante del
Señor. Finalmente mi esposo dijo: “Esposa, es inútil seguir luchando
durante más tiempo. Estas cosas me están destruyendo y pronto
me enviarán a la tumba. No puedo seguir más. He escrito una nota
para el folleto diciendo que no seguiré publicándolo”. Me desmayé