Página 106 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
cuando él salió de la casa para llevar la nota a la imprenta. Mi esposo
volvió y oró por mí; su oración fue contestada y yo me sentí aliviada.
A la mañana siguiente mientras la familia oraba, fui tomada
en visión y se nos mostraron los asuntos que nos preocupaban. Vi
que mi esposo no debía dejar de publicar el folleto; porque eso era
justamente lo que Satanás estaba tratando que él hiciera, y trabajaba
mediante sus agentes para conseguirlo. Se me mostró que debíamos
continuar publicando y que el Señor nos sustentaría; que los que eran
culpables de haber arrojado tales cargas sobre nosotros tendrían que
ver la extensión de su cruel comportamiento, y volver confesando su
injusticia, de lo contrario se encontrarían con el desagrado divino;
que no habían hablado y actuado solamente contra nosotros, sino
contra Aquel que nos había llamado a ocupar el lugar que él deseaba
que ocupáramos; y que todas sus sospechas, celos e influencia secreta
habían sido registradas fielmente en el cielo, y no serían eliminadas
hasta que todos los que habían participado en esto vieran la extensión
de su conducta equivocada y desanduvieran cada paso.
El segundo volumen de la
Review
se publicó en Saratoga Springs,
Nueva York. En abril de 1852 nos mudamos a Róchester, Nueva
York. Nos veíamos obligados a dar cada paso por fe. Todavía es-
tábamos afligidos con la pobreza y nos veíamos en la necesidad
de ejercer la más rígida economía y abnegación. A continuación
daré un breve extracto de una carta escrita a la familia del hermano
Howland, fechada 16 de abril de 1852: “Nos estamos estableciendo
en Róchester. Hemos alquilado una casa vieja por 175 dólares al
año. Tenemos la prensa en la casa. Si no fuera por esto, tendríamos
que pagar otros cincuenta dólares al año por un cuarto donde tener-
la. Ustedes se sonreirían si pudieran ver en qué consisten nuestros
muebles. Compramos dos armaduras de cama por veinticinco centa-
vos cada una. Mi esposo me trajo seis sillas viejas, ninguna de las
cuales era igual, por las que pagó un dólar, y poco después me trajo
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otras cuatro sillas viejas sin asiento, por las que pagó sesenta y dos
centavos. Los marcos están firmes y les he puesto asientos de una
tela resistente. La mantequilla cuesta tan cara que no la compramos,
ni tampoco podemos comprar papas. Utilizamos salsa en lugar de
mantequilla, y nabos en vez de papas. Nos servimos las primeras
comidas en una mesa hecha con unas tablas colocadas encima de dos
barriles de harina vacíos. Estamos dispuestos a sufrir privaciones si