Página 109 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Publicando y viajando
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bien. No podía mover el brazo ni el lado izquierdo. Pensé que estaba
muriendo, y en medio de mis sufrimientos sentí una gran ansiedad
por recibir una evidencia de que el Señor me amaba. Durante meses
había sufrido de dolor continuo en el corazón y me encontraba cons-
tantemente deprimida. Había tratado de servir a Dios por principio,
sin hacer intervenir mis sentimientos, pero ahora anhelaba la salva-
ción de Dios. Deseaba profundamente recibir su bendición a pesar
de mi sufrimiento físico.
Los hermanos se reunieron para orar especialmente por mi caso.
Mi deseo quedó satisfecho y recibí la bendición de Dios y tuve
la seguridad de que él me amaba. Pero el dolor continuó y seguí
debilitándome poco a poco. Nuevamente los hermanos se reunieron
para presentar mi caso delante del Señor. Yo estaba tan débil que
no podía orar en voz alta. Mi condición al parecer debilitó la fe
de los que me rodeaban. Luego recordé las promesas del Señor
como nunca antes las había recordado. Me parecía que Satanás se
esforzaba por arrancarme del lado de mi esposo y de mis hijos, para
lanzarme en la tumba, y las siguientes preguntas surgieron en mi
mente: ¿Puedes creer tú exclusivamente en la promesa de Dios?
¿Puedes avanzar por fe y dejar que la apariencia sea lo que sea?
La fe revivió. Le dije a mi esposo en un susurro: “Yo sé que me
recuperaré”. El contestó: “Quisiera poder creer lo mismo”. Llegó
la noche sin que yo recibiera ningún alivio, y sin embargo seguí
confiando firmemente en las promesas de Dios. No pude dormir, pero
continué mi oración silenciosa. Pude conciliar el sueño al amanecer.
Cuando el sol salía, me desperté sin sentir ningún dolor. Había
desaparecido la presión en el corazón y me sentía muy feliz. ¡Qué
cambio se había operado! Me parecía que un ángel de Dios me
había tocado mientras dormía. Sentí una enorme gratitud. Mis labios
pronunciaron alabanzas a Dios. Desperté a mi esposo y le referí la
curación admirable que Dios había efectuado en mí. Al comienzo
casi no lo pudo creer, pero cuando me levanté y me vestí y caminé
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por la casa, él también alabó a Dios conmigo. Había cesado también
el dolor en mi ojo enfermo, y a los pocos días la hinchazón había
desparecido y había recuperado plenamente la vista. La obra de
curación había sido completa.
Fui a ver al médico nuevamente, y apenas me tomó el pulso me
dijo: “Señora, ha ocurrido un cambio completo en su organismo;