Página 116 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Desde el tiempo cuando nos mudamos a Battle Creek, el Señor
comenzó a deshacer nuestra cautividad. Encontramos en Míchigan
amigos que simpatizaron con nosotros, quienes estaban listos a
compartir nuestras cargas y a suplir nuestras necesidades. Antiguos
y leales amigos que vivían en la zona central de Nueva York y
Nueva Inglaterra, especialmente en Vermont, se compadecieron de
nosotros en nuestras aflicciones y estuvieron listos para ayudarnos
en tiempo de necesidad. En la conferencia celebrada en Battle Creek
en noviembre de 1856, Dios obró en nuestro favor. Sus siervos se
preocuparon de los dones para la iglesia. Si el desagrado de Dios
se había manifestado sobre su pueblo porque sus dones habían
sido escasos y los habían descuidado, ahora existía la agradable
perspectiva de contar nuevamente con su aprobación, de que él
misericordiosamente reviviría esos dones que serían usados en la
iglesia para animar a los desalentados y para corregir y reprochar a
los descarriados. La causa recibió nueva luz y nuestros predicadores
trabajaron con éxito.
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Hubo gran demanda de publicaciones y éstas resultaron ser
justamente lo que la causa necesitaba.
The Messenger of Truth
(El
mensajero de la verdad) pronto dejó de circular, y los espíritus
contrarios que habían hablado en sus páginas se desbandaron. Mi
esposo pudo pagar todas sus deudas. Dejó de toser y desapareció el
dolor de sus pulmones y la aspereza de su garganta, y su salud fue
restaurada gradualmente, a tal punto que pudo predicar sin dificultad
tres veces el sábado y el primer día. Su maravillosa restauración fue
obra de Dios y a él le corresponde toda la gloria.
Cuando mi esposo se debilitó tanto, antes de salir de Róchester,
quería librarse de la responsabilidad de la obra de publicaciones.
Propuso que la iglesia se encargara de esa obra, y que fuera dirigida
por una comisión de publicaciones que se designaría, y que nadie
que trabajara en la oficina debía recibir ningún beneficio financiero
de ello, fuera del sueldo recibido por su trabajo.
Aunque este asunto se presentó en diversas oportunidades a
nuestros hermanos, ellos no adoptaron ninguna decisión, sino hasta
1861. Hasta ese momento mi esposo había sido el propietario legal de
la casa editora y su único administrador. Apreciaba la confianza de
los antiguos amigos de la causa, que recomendaron a su cuidado los
recursos donados de tiempo en tiempo, a medida que el crecimiento