Traslado a Míchigan
            
            
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              de la obra lo exigía, para edificar la empresa de las publicaciones.
            
            
              Pero aunque con frecuencia se publicaba en las páginas de la
            
            
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              que la casa editora era virtualmente propiedad de la iglesia, de
            
            
              todos modos y por el hecho de ser mi esposo el único administrador
            
            
              legal, nuestros enemigos aprovecharon esa situación e hicieron todo
            
            
              lo posible por perjudicarlo y por retrasar el progreso de la causa,
            
            
              al acusarlo de especulación. En estas circunstancias él insistió en
            
            
              que se llevara a cabo la organización necesaria, lo cual produjo
            
            
              como resultado la incorporación de la Asociación Adventista de
            
            
              Publicaciones, de acuerdo con las leyes del Estado de Míchigan, en
            
            
              la primavera de 1861.
            
            
              Aunque las preocupaciones que sobrevenían en relación con la
            
            
              obra de publicaciones y de otros ramos de la causa producían mucha
            
            
              incertidumbre, el mayor sacrificio que tuve que realizar en relación
            
            
              con la obra, fue dejar a mis hijos bajo el cuidado de otras personas.
            
            
              Enrique había estado alejado de nosotros durante cinco años, y
            
            
              Edson había recibido muy poca atención de nuestra parte. Durante
            
            
              años nuestra familia fue muy numerosa, nuestro hogar fue como un
            
            
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              hotel, y nosotros estábamos ausentes de ese hogar gran parte del
            
            
              tiempo. Había experimentado profunda preocupación por que mis
            
            
              hijos crecieran libres de malos hábitos, y con frecuencia me sentía
            
            
              afligida al pensar en el contraste entre mi situación y la de otras
            
            
              personas que no aceptaban cargas ni preocupaciones, que podían
            
            
              estar siempre con sus hijos para aconsejarlos e instruirlos, y que
            
            
              pasaban su tiempo casi exclusivamente con sus propias familias.
            
            
              Yo me preguntaba: ¿Requiere Dios tanto de nosotros, dejando a
            
            
              otros sin preocupaciones? ¿Es esto igualdad? ¿Tenemos que pasar
            
            
              interminablemente de una preocupación a otra, de una parte de la
            
            
              obra a otra, y tener sólo poco tiempo para educar a los hijos? Muchas
            
            
              noches, mientras otros dormían, las pasé llorando amargamente.
            
            
              A veces hacía planes más favorables para mis hijos, pero surgían
            
            
              inconvenientes que los anulaban. Yo era muy sensible a las faltas de
            
            
              mis hijos, y cada error cometido por ellos me producía mucha aflic-
            
            
              ción, al punto de afectar mi salud. He deseado que algunas madres se
            
            
              encontraran en mi misma situación durante corto tiempo, tal como
            
            
              yo me he encontrado durante años; entonces podrían apreciar las
            
            
              bendiciones de las que disfrutan y podrían simpatizar mejor conmigo
            
            
              en mis privaciones. Hemos orado y trabajado por nuestros hijos y