198
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Vi que algunos no participaban en esta lucha e intercesión. Pare-
cían indiferentes y negligentes. No resistían a las tinieblas que los
envolvían, y éstas los encerraban como una espesa nube. Vi que los
ángeles de Dios se apartaban de ellos y acudían en auxilio de los que
se empeñaban en resistir con todas sus fuerzas a los ángeles malos
y procuraban ayudarse, clamando perseverantemente a Dios. Pero
los ángeles nada hacían por quienes no procuraban ayudarse a sí
mismos; y los perdí de vista. Mientras los que oraban y continuaban
clamando con fervor, recibían a veces un rayo de luz que emanaba
de Cristo para alentar su corazón e iluminar su rostro.
Pregunté cuál era el significado del zarandeo que yo había visto,
y se me mostró que lo motivaría el directo testimonio que exige el
consejo del Testigo Fiel a la iglesia de Laodicea. Tendrá este consejo
efecto en el corazón de quien lo reciba y le inducirá a ensalzar la
[168]
norma y expresar claramente la verdad. Algunos no soportarán este
testimonio directo, sino que se levantarán contra él. Esto es lo que
causará un zarandeo en el pueblo de Dios.
El testimonio del Testigo no ha sido escuchado sino a medias.
El solemne testimonio, del cual depende el destino de la iglesia, se
tiene en poca estima, cuando no se lo descarta por completo. Este
testimonio ha de mover a profundo arrepentimiento, y todos los que
lo reciban sinceramente, le obedecerán y quedarán purificados.
Dijo el ángel: “Escuchad”. Pronto oí una voz que resonaba como
si fueran muchos instrumentos musicales de acordes perfectos y
armoniosos. Era incomparablemente más melodiosa que cuantas
músicas hubiera oído hasta entonces y parecía henchida de mise-
ricordia, compasión y gozo santo enaltecedor. Conmovió todo mi
ser. El ángel dijo: “Mirad”. Fijé la atención entonces en la hueste
que antes había visto tan violentamente sacudida. Vi a los que an-
tes gemían y oraban con aflicción de espíritu. Los rodeaba doble
número de ángeles custodios, y una armadura los cubría de pies a
cabeza. Marchaban en perfecto orden, firmemente, como una com-
pañía de soldados. Sus semblantes delataban el severo conflicto que
habían sobrellevado y la desesperada batalla que acababan de reñir.
Sin embargo, sus rostros que llevaban la impresión grabada por la
angustia, resplandecían ahora, iluminados por la gloriosa luz del
cielo. Habían logrado la victoria, y esto despertaba en ellos la más
profunda gratitud y un gozo santo, sagrado.