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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
enviados por Dios para pedirle que dejara en libertad a Israel. Pero
el corazón de Faraón se endureció contra los mensajeros del Señor,
por lo que descartó los milagros obrados en su presencia. Debido a
eso los egipcios tuvieron que soportar los juicios de Dios. Fueron
visitados con plagas y mientras sufrían bajo el efecto de las mismas,
Faraón consintió en poner en libertad al pueblo de Israel. Pero
en cuanto desapareció la causa de sus sufrimientos, su corazón
volvió a endurecerse. Sus consejeros y los hombres poderosos se
hicieron fuertes contra Dios y trataron de explicar las plagas como
el resultado de causas naturales. Cada visitación de Dios era más
severa que la anterior, y sin embargo ellos no libertaron a los hijos
de Israel hasta que el ángel del Señor mató a los primogénitos de
los egipcios. Desde el rey sentado en su trono hasta el súbdito más
humilde, experimentaron aflicción y luto. Después de eso Faraón
ordenó la salida de Israel; pero después que los egipcios hubieron
enterrado a sus muertos, él se arrepintió de haberlos dejado salir. Sus
consejeros y dirigentes trataron de explicar el origen de su aflicción.
No quisieron admitir que habían experimentado el juicio de Dios,
de modo que salieron en persecución de los hijos de Israel.
Cuando los israelitas vieron a los soldados egipcios que los
perseguían, algunos en caballos y otros en carros, equipados para la
guerra, desfallecieron de temor. El Mar Rojo estaba delante de ellos
y los egipcios detrás. De modo que no podían ver ninguna vía de
escape. Los egipcios lanzaron exclamaciones de triunfo al ver que
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los israelitas se encontraban completamente a su merced. El pueblo
estaba muy atemorizado. Pero el Señor le ordenó a Moisés que
indicara al pueblo que avanzara y que levantara la vara y extendiera
su mano sobre el mar para dividir sus aguas. El así lo hizo y las
aguas se separaron, lo que permitió al pueblo de Israel pasar sobre
tierra seca. Faraón había resistido durante tanto tiempo a Dios y
había endurecido tanto su corazón contra sus obras poderosas y
admirables, que en su ceguera se apresuró a entrar en el camino que
Dios había preparado milagrosamente para su pueblo. Nuevamente
a Moisés se le ordenó que extendiera su brazo sobre el mar “y el
mar se volvió en toda su fuerza”, y las aguas cubrieron a la hueste
egipcia y todos se ahogaron.
Se me presentó esta escena para ilustrar el amor egoísta a la
esclavitud, las medidas desesperadas que el Sur adoptaría para man-