Página 300 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Nuestro deber para con los pobres
Muchas veces se hacen preguntas referentes a nuestro deber con
los pobres que aceptan el tercer mensaje; y nosotros mismos hemos
deseado durante mucho tiempo saber cómo tratar con discreción los
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casos de familias pobres que aceptan el sábado. Pero mientras me
hallaba en Roosevelt, Estado de Nueva York, el 3 de agosto de 1861,
me fueron mostradas algunas cosas respecto a los pobres.
Dios no requiere de nuestros hermanos que se hagan cargo de
cada familia pobre que acepta este mensaje. Si lo hicieran, los predi-
cadores dejarían de entrar en nuevos campos porque los fondos se
agotarían. Muchos son pobres por falta de diligencia y economía.
No saben usar correctamente sus recursos.
Si se les ayudase, ello los perjudicaría. Algunos serán siempre
pobres. Con tener las mejores ventajas, sus casos no mejorarían No
saben calcular y gastarían todos los recursos que podrían obtener,
fuesen muchos o pocos. No saben negarse ciertas cosas y economizar
para evitar deudas y ahorrar algo para los tiempos de necesidad. Si
la iglesia ayudase a los tales, en vez de dejarlos confiar en sus
propios recursos, los perjudicaría al final; porque confían en la
iglesia y esperan recibir ayuda de ella, y no practican la abnegación
y economía cuando están bien provistos. Y si no reciben ayuda cada
vez, Satanás los tienta, se ponen celosos y se erigen en conciencia
de sus hermanos, pues temen que éstos dejarán de sentir su deber
para con ellos. Ellos mismos son los que cometen el error. Están
engañados. No son los pobres del Señor.
Las instrucciones dadas en la Palabra de Dios con referencia
a ayudar a los pobres no se aplican a tales casos, sino a los infor-
tunados y afligidos. En su providencia, Dios ha afligido a ciertas
personas para probar a otras. En la iglesia hay viudas e inválidos
para bendición de la iglesia. Forman parte de los medios que Dios
ha elegido para desarrollar el verdadero carácter de los que profe-
san seguir a Cristo, y para hacerles ejercer los preciosos rasgos de
carácter de nuestro compasivo Redentor.
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