El poder del ejemplo
En la epístola de Pablo a (
Tito 2:13-14
), leemos: “Aguardando
la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nues-
tro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por
nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un
pueblo propio, celoso de buenas obras”. Esta gran obra se realiza-
rá únicamente para los que estén dispuestos a ser purificados, que
deseen ser diferentes y que manifiesten celo por las buenas obras.
¡Cuántos se apartan del proceso purificador! No están dispuestos
a vivir la verdad, no quieren aparecer diferentes ante los ojos del
mundo. Es esta mezcla con el mundo lo que destruye nuestra espiri-
tualidad, pureza y celo. Satanás ejerce constantemente su poder para
adormecer las sensibilidades del pueblo de Dios, a fin de que sus
conciencias no disciernan el mal, y para que la señal distintiva entre
ellos y el mundo pueda ser destruida. Con frecuencia he recibido
cartas en las que se me preguntaba acerca del vestido, y algunas
personas no habían comprendido correctamente lo que yo había
escrito. El mismo grupo de personas que se me había presentado
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como imitadoras de las modas del mundo han sido muy lentas, y las
últimas en aceptar la reforma. Otro grupo de personas que no tenían
gusto ni buen sentido para vestirse se han aprovechado de lo que yo
he escrito y se han ido al extremo opuesto; considerando que estaban
libres de orgullo, han supuesto que los que se visten adecuadamente
y con buen gusto son orgullosos. Algunos han considerado que el
mal gusto y el descuido en la manera de vestirse constituyen una
virtud especial. Tales personas han adoptado un comportamiento
que destruye su influencia sobre los incrédulos. Causan disgusto en
las personas a quienes podrían beneficiar.
Si bien es cierto que en las visiones se ha reprobado el orgullo
y la imitación de las modas mundanas, también es cierto que se ha
reprobado a los que son descuidados con respecto a su vestimenta
y que no eran aseados en su persona y vestido. Se me ha mostrado
especialmente que los que profesan presentar la verdad debieran
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