Página 304 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
otros niños, cuyos padres son observadores del sábado. El hermano
A es diácono de la iglesia. Sus hijas usan aros en sus vestidos, ¿y
por qué sería malo que yo también los usara?
Las personas que por su ejemplo proporcionan a las personas que
profesan la verdad pero que carecen de consagración, argumentos
contra los que procuran ser peculiares en su manera de ser, están
colocando piedras de tropiezo en el camino de los débiles; tendrán
que rendir cuenta a Dios por su ejemplo. Con frecuencia se me
pregunta: “¿Qué piensa usted de los aros en los vestidos?” Replico:
Os he dado la luz que me ha sido dada. Se me ha mostrado que
los aros en los vestidos son algo vergonzoso, y que no debiéramos
favorecer en lo mínimo una moda que ha llegado a extremos tan
ridículos.
Con frecuencia me siento sorprendida al oír decir: “La hermana
White dice que no es incorrecto usar aros pequeños en los vestidos”.
Nadie me ha escuchado nunca decir tal cosa. Después de haber visto
lo que se me ha mostrado concerniente a los aros en los vestidos,
no hay nada que me induciría a prestar el mínimo apoyo a ninguna
dama que los use. Los vestidos pesadamente acolchados y los aros
son igualmente innecesarios. El que nos formó nunca se propuso
que fuésemos deformados con aros o ninguna otra cosa que se les
parezca. Pero el pueblo de Dios ha sido guiado durante tanto tiempo
por las invenciones y las modas del mundo que no está dispuesto a
independizarse de ellas. Cuando estudio las Escrituras, me siento
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alarmada por el Israel de Dios en estos últimos días. Se los exhorta
a huir de la idolatría. Temo que estén dormidos y conformados de
tal manera al mundo que sería difícil discernir entre los que sirven
a Dios y los que no le sirven. Se está acortando la distancia entre
Cristo y su pueblo y también la distancia entre ellos y el mundo. Casi
han desaparecido las marcas que distinguen del mundo al profeso
pueblo de Cristo. Tal como el pueblo de Israel de la antigüedad, ellos
siguen tras las abominaciones de las naciones que los rodean.
Según lo que se me ha mostrado, los aros en los vestidos son
una abominación. Son indecentes; y el pueblo de Dios yerra cuando
en mínimo grado sigue esta moda o la aprueba. Los que profesan
ser elegidos de Dios, un pueblo peculiar, debieran descartar los aros
en los vestidos, y su práctica debiera ser un reproche constante para
quienes los usan. Algunos podrán sostener que son convenientes. Yo