Página 33 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Mi conversión
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un privilegio demasiado elevado. Aunque era excesivamente tímida
para confesarlo en público, sentí que el Salvador me había bendecido
y perdonado.
La serie de reuniones concluyó poco después, por lo que re-
gresamos a casa. Yo tenía la mente llena con los sermones, las
exhortaciones y las oraciones que habíamos escuchado. Ahora pare-
cía que todo había cambiado en la naturaleza. Las nubes y la lluvia
habían predominado una buena parte del tiempo durante las reunio-
nes, y mis sentimientos habían estado en armonía con el tiempo. En
cambio ahora el sol brillaba con gran esplendor e inundaba la tierra
con su luz y calor. Los árboles y la hierba eran de un verde intenso y
el cielo tenía un azul más profundo. La tierra parecía sonreír bajo la
paz de Dios. Así también los rayos del Sol de Justicia habían pene-
trado a través de las nubes y las tinieblas de mi mente y disipado la
melancolía que había sentido durante tanto tiempo.
Tenía la sensación de que todos estaban en paz con Dios y
animados por el Espíritu Santo. Todo lo que veía parecía haber
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experimentado un cambio. Los árboles eran más hermosos y los
cantos de las avecillas más dulces que antes, y parecían alabar al
Creador con sus trinos. No me atrevía a hablar, porque temía que con
eso desapareciera la felicidad que sentía y se perdiera la preciosa
evidencia del amor de Jesús hacia mí.
Al aproximarnos a nuestro hogar situado en la ciudad de
Portland, pasamos junto a hombres que trabajaban en la calle. Con-
versaban acerca de temas comunes, pero yo tenía los oídos cerrados
a todo lo que no fuera alabanza a Dios, por lo que escuché sus
palabras como gratas expresiones de agradecimiento y gozosos ho-
sannas. Volviéndome hacia mi madre, le dije: “Todos estos hombres
están alabando a Dios y ni siquiera han asistido a las reuniones de
reavivamiento”. No comprendí en ese momento por qué los ojos de
mi madre se habían llenado de lágrimas y una tierna sonrisa había
iluminado su rostro, al escuchar mis sencillas palabras que le hacían
recordar una experiencia personal parecida.
Mi madre amaba las flores y sentía mucho placer cultivándolas
y adornando con ellas el hogar para que resultara placentero para
sus hijos. Pero nuestro jardín nunca antes me había parecido tan
hermoso como el día en que llegamos de regreso a casa. En cada
arbusto, pimpollo y flor reconocí una expresión del amor de Jesús.