Página 34 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Estas hermosas cosas parecían hablar con mudo lenguaje del amor
de Dios.
En el jardín había una hermosa flor de tonalidad rosada que
llamábamos la rosa de Sarón. Recuerdo haberme aproximado a
ella y tocado con reverencia sus delicados pétalos, que a mis ojos
parecían tener una cualidad sagrada. Mi corazón rebosaba de ternura
y amor por esas hermosas cosas creadas por Dios. Podía contemplar
la perfección divina en las flores que adornaban la tierra. Dios se
ocupaba de ellas, y sus ojos que todo lo ven no las perdían de vista.
El las había hecho y había dicho que eran buenas en gran manera.
“Ah -pensé yo-, si él ama tanto y cuida las flores que ha llenado
de belleza, con cuánta más ternura cuidará a sus hijos que han sido
hechos a su imagen”. Luego repetí suavemente para mí misma: “Soy
hija de Dios y su amante cuidado me rodea. Seré obediente y de
ninguna manera le desagradaré, sino que alabaré su nombre amado
y a él lo amaré siempre”.
Ahora podía contemplar mi vida iluminada por una luz diferente.
La aflicción que había ensombrecido mi infancia parecía que había
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sido permitida misericordiosamente para mi propio bien, con el
fin de apartar mi corazón del mundo y de sus placeres, que no
causan satisfacción alguna, y para inclinarlo hacia las atracciones
perdurables del cielo.
Pronto después de nuestro regreso de las reuniones de reavi-
vamiento, y juntamente con varios otros, fuimos recibidos condi-
cionalmente en la iglesia. Yo había reflexionado mucho acerca del
tema del bautismo. Aunque era muy joven, podía ver un solo modo
del bautismo autorizado por las Escrituras, y era el bautismo por
inmersión. Algunas de mis hermanas metodistas procuraron en vano
convencerme de que la aspersión era el bautismo bíblico. El pastor
metodista consintió en bautizar por inmersión a los candidatos, si
ellos con conocimiento preferían ese método, y al mismo tiempo
expresó que Dios aceptaría igualmente la aspersión.
Finalmente se fijó fecha cuando recibiríamos este rito solemne.
En un día ventoso, doce de nosotros nos dirigimos hacia la costa
para ser bautizados en el mar. Grandes olas reventaban en la playa,
pero al tomar esta pesada cruz sentía que mi paz interior se deslizaba
suavemente como un río en calma. Cuando me levanté del agua
casi me habían abandonado mis fuerzas, porque el poder de Dios