Página 334 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

Basic HTML Version

330
Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
posición en la familia, con toda mansedumbre, y sin embargo con
decisión. Algunos han preguntado: ¿Debo estar siempre en guardia y
[277]
ejercer constantemente alguna clase de restricción sobre mí mismo?
Me ha sido mostrado que tenemos delante de nosotros una gran
obra que hacer para escudriñar nuestros corazones y velar sobre
nosotros mismos con celosa vigilancia. Debemos aprender cuáles
son los puntos en que fallamos, y luego precavernos al respecto.
Debiéramos dominar nuestro genio a la perfección. “Si alguno no
ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar
todo el cuerpo”.
Santiago 3:2
. La luz que resplandece sobre nuestra
senda, la verdad que se recomienda a nuestra conciencia, condenará
y destruirá el alma, o la santificará y transformará. Estamos viviendo
demasiado cerca del fin del tiempo de gracia para conformarnos
con una obra superficial. La misma gracia que hasta aquí hemos
considerado como suficiente, no nos sostendrá ya. Nuestra fe debe
aumentar y debemos ser más semejantes a Cristo en conducta y
disposición a fin de subsistir y resistir con éxito las tentaciones de
Satanás. La gracia de Dios es suficiente para todo el que sigue a
Cristo.
Nuestros esfuerzos para resistir los ataques de Satanás deben ser
fervientes y perseverantes. El dedica su fuerza y habilidad a tratar
de apartarnos del camino recto. El vigila nuestras salidas y entradas,
a fin de hallar oportunidad de perjudicarnos o destruirnos. El obra
con muchísimo éxito en las tinieblas, perjudicando a aquellos que
ignoran sus designios. No podría conseguir ventajas si su método de
ataque fuese comprendido. Los instrumentos que emplea para lograr
sus propósitos y arrojar sus dardos encendidos, son a menudo los
miembros de nuestras propias familias.
Aquellos a quienes amamos pueden hablar y obrar con descuido
y herirnos profundamente. Tal no era su intención, pero Satanás
magnifica sus palabras y actos ante la mente y así arroja un dardo de
su aljaba para atravesarnos. Nos erguimos para resistir a la persona
que pensamos nos hirió, y al hacerlo estimulamos las tentaciones
de Satanás. En vez de pedir a Dios fuerza para resistir a Satanás,
permitimos que nuestra felicidad quede empañada tratando de de-
fender lo que llamamos “nuestros derechos”. Así concedemos una
doble ventaja a Satanás. Obramos de acuerdo a nuestros sentimien-
tos agraviados, y Satanás nos emplea como agentes suyos para herir