Página 38 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Sin embargo, observaba que algunos que pretendían estar santi-
ficados, se mostraban ásperos y mordaces cuando se introducía el
tema de la pronta venida de Cristo; y esto no me parecía ser una
manifestación de la santidad que ellos profesaban. No podía com-
prender por qué los pastores tenían que manifestar desde el púlpito
una oposición tan definida contra la doctrina de que la segunda ve-
nida de Cristo estaba cercana. La predicación de esta creencia había
producido un movimiento de reforma personal, y muchos de los pas-
tores y laicos más consagrados la habían recibido como la verdad.
Me parecía a mí que los que sinceramente amaban a Jesús debían
estar dispuestos a aceptar las nuevas de su venida y a regocijarse
porque estaba cercana.
Sentí que podía aceptar únicamente lo que esas personas llama-
ban justificación. Había leído en la Palabra de Dios que sin santidad
nadie podría ver a Dios. Luego, existía una realización superior que
yo debía alcanzar antes de tener la seguridad de la vida eterna. Re-
flexionaba continuamente sobre el tema, porque estaba convencida
de que Cristo vendría pronto y temía que él me encontrara sin pre-
paración para recibirlo. Las expresiones de condenación resonaban
en mis oídos día y noche y el ruego que constantemente presentaba
a Dios era: ¿qué debo hacer para ser salva?
En mi mente, la justicia de Dios eclipsaba su misericordia y su
amor. Me habían enseñado a creer en un infierno que ardía eter-
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namente, y tenía constantemente delante de mí el pensamiento ho-
rrorizante de que mis pecados eran demasiado grandes para ser
perdonados, por lo que me perdería para siempre. Las terribles des-
cripciones que había escuchado acerca de almas que se encontraban
perdidas se habían asentado profundamente en mi conciencia. Los
pastores presentaban desde el púlpito descripciones vívidas acerca
de la condición de los perdidos. Enseñaban que Dios no se proponía
salvar a nadie más fuera de los que habían alcanzado la santificación.
Los ojos de Dios estaban constantemente sobre nosotros; todos los
pecados quedaban registrados y recibirían un justo castigo. Dios
mismo se ocupaba de los libros con la precisión de la sabiduría infi-
nita, y todos los pecados que cometíamos eran fielmente registrados
contra nosotros.
Satanás era presentado como un ser ansioso de lanzarse sobre su
presa y de arrastrarnos a las profundidades más grandes de angustia,