Página 386 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Dios no puede estar gobernado por estos motivos. La palabras y los
mandamientos de Dios, escritos en el alma, son espíritu y vida, y
tienen poder para someter y para exigir obediencia. Los diez precep-
tos de Jehová constituyen el fundamento de todas las leyes justas y
buenas. Los que aman los mandamientos de Dios se someterán a to-
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da la ley buena del país. Pero si los requerimientos de los dirigentes
están en conflicto con las leyes de Dios, la única cuestión que hay
que zanjar es: “¿Obedeceremos a Dios o al hombre?”
Como resultado de una larga y progresiva rebelión contra la
constitución y las leyes superiores, un sombrío manto de tinieblas y
muerte se ha extendido sobre la tierra. La tierra gime bajo el peso
de la culpa acumulada, y por todas partes los mortales que agonizan
se ven obligados a experimentar la desgracia incluida en el fruto
de la injusticia. Se me mostró que los hombres han llevado a cabo
los propósitos de Satanás en forma artera y engañosa, y un golpe
terrible ha sido dado recientemente. Se puede decir con toda verdad:
“El derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad
tropezó en la plaza y la equidad no pudo venir... y el que se apartó
del mal fue puesto en prisión”.
Isaías 59:14-15
. En algunos de los
Estados libres, la norma de la moralidad se está hundiendo cada vez
más. Hombres con apetitos depravados y vidas corrompidas tienen
ahora la oportunidad de triunfar. Han elegido como sus dirigentes
a personas con principios degradados, que no combaten el mal ni
reprimen los apetitos depravados de los hombres, sino que los dejan
manifestarse plenamente. Si los que eligen llegar a ser como las
bestias al beber el veneno líquido, fueran los únicos que sufren; si
únicamente ellos recogieran el fruto de sus acciones, entonces el
mal no sería tan grande. Pero muchos, muchísimos, deben soportar
sufrimientos increíbles a causa de los pecados de otros. Las esposas
y los hijos, aunque son inocentes, también deben beber la amarga
copa.
Los hombres desprovistos de la gracia de Dios, se complacen
en hacer el mal. Andan en tinieblas y carecen de poder para ejer-
cer dominio sobre sí mismos. Dan rienda suelta a sus pasiones y
apetitos hasta que se pierden los sentimientos más delicados y se ma-
nifiestan únicamente las pasiones animales. Esos hombres necesitan
experimentar un poder controlador más elevado, que los constriña
a obedecer. Si los dirigentes no ejercen poder para aterrorizar al