Página 390 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
ellos se sienten egoístamente celosos y temen que otros obtendrán
honores y serán exaltados por encima de ellos. ¡Cuántos miles de
vidas han sido sacrificadas a causa de esto! Los que han llevado a
cabo guerras en otras naciones han tenido un solo interés. Con celo
desinteresado han avanzado para conquistar o morir. Los dirigentes
de la revolución actuaron unidos, con celo, y por ese medio obtuvie-
ron la independencia de la nación. Pero ahora los hombres actúan
como demonios en lugar de seres humanos.
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Satanás, por medio de sus ángeles, se ha comunicado con ofi-
ciales que eran hombres fríos y calculadores cuando actuaban por
su cuenta, y que han abandonado su propio juicio y han sido con-
ducidos por esos espíritus mentirosos a lugares difíciles, donde han
sido rechazados por el enemigo con cuantiosas pérdidas de vidas.
Complace a su satánica majestad ver que sobre la superficie de la
tierra ocurren muerte y carnicería. Le agrada ver caer a los soldados
cuando son segados como el heno. Vi que con frecuencia los rebel-
des han ocupado posiciones en las que hubieran podido ser vencidos
sin gran esfuerzo; pero las comunicaciones procedentes de espíritus
han guiado a los generales del Norte y han enceguecido sus ojos
hasta que los rebeldes se han encontrado fuera de su alcance. Y al-
gunos generales han estado dispuestos a dejar escapar a los rebeldes
antes que someterlos. Piensan más en la apreciada institución de la
esclavitud que en la prosperidad de la nación. Estas son algunas de
las razones por las que la guerra ha durado tanto.
La información enviada por nuestros generales a Washington
acerca del movimiento de nuestras tropas, podría casi también te-
legrafiarse directamente a las fuerzas rebeldes; porque hay funcio-
narios que simpatizan con los rebeldes en el centro mismo ocupado
por las autoridades de la Unión. Esta guerra no es como cualquier
otra. La gran falta de unidad de sentimiento y acción la hace parecer
sombría y desanimadora. Muchos de los soldados han abandonado
todo refrenamiento y se han hundido en un alarmante estado de
degradación. ¿Cómo puede Dios acompañar a un ejército tan co-
rrompido? ¿Cómo puede él, en armonía con su honor, derrotar a sus
enemigos y conducirlos a la victoria? Existe discordia, lucha por
alcanzar honor, mientras los pobres soldados mueren por miles en
el campo de batalla o debido a sus heridas, y por estar expuestos a
penalidades.