Página 393 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros y deber de los ministros
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y sin embargo ellos mismos dejan de obedecerlos. Han recibido
repetidamente testimonios que han desatendido por completo. Los
tales no manifiestan un proceder consecuente.
El pueblo de Dios generalmente muestra unidad de interés en la
difusión de la verdad. Contribuye gozosamente para sostener con
liberalidad a los que trabajan con la palabra y la doctrina. Vi también
que los que tienen la responsabilidad de distribuir los recursos, deben
velar para que lo que la iglesia ha dado liberalmente no se malgaste.
Algunos de esos hermanos liberales han estado trabajando durante
años con nervios deshechos y con un vigor que se ha agotado, a
causa de que en el pasado han trabajado excesivamente para obtener
posesiones terrenales, y ahora que dan voluntariamente una parte
de sus recursos que tanto les costó obtener, es el deber de los que
trabajan con la palabra y la doctrina manifestar celo y abnegación
por lo menos de la misma magnitud que los manifestados por estos
hermanos.
Los siervos de Dios deben ir con libertad. Deben saber en quién
han confiado. Hay poder en Cristo y en su salvación para hacerlos
hombres libres; y a menos que sean libres en él, no pueden edificar
su iglesia y conducir a ella las almas. ¿Enviará Dios a un hombre
a rescatar almas de la trampa de Satanás cuando sus propios pies
están enredados en la red? Los siervos de Dios no deben vacilar. Si
sus pies resbalan, ¿cómo podrían decir a los de corazón vacilante:
“Esfuérzate”? Dios quiere que sus siervos sostengan las manos debi-
litadas y fortalezcan a los vacilantes. Los que no están preparados
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para hacerlo, debieran primero trabajar por sí mismos y orar hasta
que reciban poder de lo alto.
La falta de abnegación que se observa en algunos de sus siervos
desagrada a Dios. No sienten preocupación por la obra. Causan la
impresión de encontrarse en un estupor como el de la muerte. Esta
falta de abnegación y perseverancia asombra y avergüenza a los
ángeles. Mientras el Autor de nuestra salvación trabajaba y sufría
por nosotros, se negó a sí mismo hasta el punto en que la totalidad de
su vida fue una sucesión ininterrumpida de trabajo y privación. Pudo
haber pasado sus días terrenos en medio del ocio y la abundancia, y
disfrutar de los placeres de la vida; pero no satisfizo su conveniencia
personal. Vivió para hacer bien a otros. Sufrió para salvar a otros
del sufrimiento. Soportó hasta el final y completó la obra que se le