Página 394 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
había encomendado. Y todo eso, para salvarnos de la ruina. Y en
la actualidad, ¿podría ser que nosotros, los indignos objetos de un
amor tan grande, busquemos en esta vida una posición mejor que la
que se le dio a nuestro Señor? Cada momento de nuestra vida hemos
participado de las bendiciones de su gran amor, y por esta misma
razón no podemos comprender plenamente las profundidades de
ignorancia y miseria de las que hemos sido rescatados. ¿Podemos
contemplar a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados sin
estar dispuestos a beber con él la amarga copa de humillación y
aflicción? ¿Podemos contemplar a Cristo crucificado y desear entrar
en su reino por otra vía que no sea la de gran tribulación?
No todos los predicadores se han dedicado de corazón a realizar
la obra de Dios, en la forma como él lo requiere. Algunos han consi-
derado que la suerte de los predicadores es dura, porque tenían que
estar separados de su familia. Ellos olvidan que antes era más difícil
trabajar que ahora. Antes había sólo pocos amigos de la causa. Ellos
olvidan a los obreros sobre quienes Dios depositó el peso de la obra
en el pasado. Entonces había un número reducido de personas que
aceptaban la verdad como resultado de tanto esfuerzo. Los siervos
elegidos por Dios lloraban y oraban para tener una comprensión cla-
ra de la verdad, y sufrían privaciones y gran negación de sí mismos a
fin de llevar la verdad a otros. Avanzaron paso a paso a medida que
las providencias de Dios señalaban el camino. No se preocupaban de
su conveniencia personal ni retrocedían ante las dificultades. Dios,
por medio de estos hombres, preparó el camino e hizo que la verdad
resultara clara para el entendimiento de cualquier persona sincera.
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Todo quedó preparado para los ministros que desde entonces han
recibido la verdad, pero algunos de ellos no han tomado sobre sí
la carga de la obra. Buscan una suerte más fácil, una posición que
requiera menos renunciamiento de sí mismos. Este mundo no es
un lugar de descanso para los cristianos, y mucho menos para los
ministros elegidos por Dios. Olvidan que Cristo dejó sus riquezas y
su gloria en el cielo, y vino a este mundo para morir, y que él nos
ha ordenado amarnos unos a otros así como él nos ha amado. Han
olvidado a aquellos de quienes el mundo no era digno, que anda-
ban vestidos con pieles de ovejas y cabras, y que fueron afligidos y
atormentados.