Página 395 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros y deber de los ministros
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Se me hizo recordar el caso de los valdenses y lo que habían
sufrido por su religión. Estudiaron concienzudamente la Palabra
de Dios y vivieron de acuerdo con la luz que resplandecía sobre
ellos. Fueron perseguidos y echados de sus hogares; fueron privados
de sus posesiones que habían adquirido con mucho esfuerzo, y sus
casas fueron quemadas. Huyeron a las montañas, donde sufrieron
penalidades increíbles. Soportaron hambre, fatiga, frío y desnudez.
La única ropa que muchos de ellos podían conseguir eran pieles de
animales. Pero esos cristianos esparcidos y sin hogar se reunían para
unir sus voces en himnos y alabanza a Dios por ser considerados
dignos de sufrir por el nombre de Cristo. Se animaban y alegraban
mutuamente, y estaban agradecidos aun por sus moradas miserables.
Muchos de sus hijos enfermaron y murieron de hambre y frío, pero
sus padres no pensaron ni por un momento renunciar a su religión.
Valoraban el amor y el favor de Dios muy por encima de la tranqui-
lidad y la holgura mundanas. Recibieron consuelo de Dios y con
agradable anticipación contemplaron el premio y la recompensa
futuros.
También se me recordó el caso de Martín Lutero, a quien Dios
preparó para que realizara una obra especial. ¡Cuánto apreciaba él el
conocimiento de la verdad revelada en la Palabra de Dios! Su mente
anhelaba intensamente un fundamento seguro sobre el cual edificar
su esperanza de que Dios sería su Padre y el cielo su hogar. La nueva
y preciosa luz que lo había iluminada desde la Palabra de Dios, tenía
para él un valor incalculable, y pensaba que si lograba difundirla,
podría convencer al mundo. Se expuso a la ira de una iglesia caída y
fortaleció a los que con él se alimentaban de las exquisitas verdades
contenidas en la Palabra de Dios. Lutero fue el instrumento elegido
por Dios para arrancar las vestiduras de hipocresía de la iglesia papal
y dejar en descubierto su corrupción. Alzó valerosamente su voz,
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y con el poder del Espíritu Santo divulgó y reprobó los pecados
de los dirigentes populares. Se dieron proclamas que instaban a la
gente a matarlo en el lugar donde lo encontraran; así quedó a la
merced de gente supersticiosa que obedecía a la cabeza de la Iglesia
Romana. Pero Lutero no estimó valiosa su vida. Sabía que no estaba
seguro en ninguna parte, y sin embargo eso no le hizo temblar. La
luz que había visto y de la que se había alimentado, era vida para
él, y la consideraba de más valor que todos los tesoros terrenos.