392
            
            
              Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
            
            
              Sabía que esos tesoros perecerían; pero las ricas verdades abiertas
            
            
              a su entendimiento y que obraban en su corazón, vivirían, y si las
            
            
              obedecía, lo conducirían a la inmortalidad.
            
            
              Cuando fue llamado a comparecer en Augsburgo para responder
            
            
              de su fe, obedeció. Ese hombre solitario que había provocado la
            
            
              ira de los sacerdotes y el pueblo, fue acusado ante aquellos que
            
            
              habían hecho temblar al mundo; era un humilde cordero rodeado
            
            
              por leones furiosos. Sin embargo, se mantuvo imperturbable; y con
            
            
              santa elocuencia, que sólo la verdad puede inspirar, presentó las
            
            
              razones de su fe. Sus enemigos procuraron mediante diversos modos
            
            
              silenciar al valeroso abogado de la verdad. Comenzaron halagándolo
            
            
              y prometiéndole honra y gloria. Pero la vida y los honores carecían
            
            
              de valor para él si es que debía comprarlos sacrificando la verdad.
            
            
              La Palabra de Dios brillaba en su entendimiento cada vez con mayor
            
            
              nitidez y claridad, lo que le hacía comprender mejor los errores,
            
            
              corrupciones e hipocresía del papado. Sus enemigos procuraron a
            
            
              continuación intimidarlo y hacerlo retractarse de su fe, pero él se
            
            
              mantuvo valientemente en defensa de la verdad.
            
            
              Estaba dispuesto a morir por su fe, si Dios así lo requería; pero
            
            
              nunca renunciaría a ella. Dios le preservó la vida. Envió a sus
            
            
              ángeles a que lo asistieran y frustraran la rabia y los propósitos de
            
            
              sus enemigos, y a que lo sacaran con bien del tormentoso conflicto.
            
            
              El poder sereno y digno de Lutero humilló a sus enemigos e
            
            
              infligió un terrible golpe al papado. Hombres poderosos y orgullosos
            
            
              decidieron que debía expiar con su sangre el daño que había provoca-
            
            
              do a su causa. Trazaron sus planes, pero Uno más poderoso que ellos
            
            
              estaba a cargo de Lutero. Su obra no había concluido. Los amigos de
            
            
              Lutero apresuraron su partida de Augsburgo. Se alejó del enemigo
            
            
              en la noche, montado en un caballo sin brida, y él iba desprovisto de
            
            
              armas, botas y espuelas. Prosiguió su viaje con mucha fatiga, hasta
            
            
              que se encontró entre sus amigos.
            
            
              [333]
            
            
              Nuevamente se exacerbó la indignación del papado, por lo que
            
            
              resolvieron acallar la boca de ese intrépido abogado de la verdad.
            
            
              Lo conminaron a que compareciera en Worms, decididos a hacerle
            
            
              rendir cuentas de su locura. Aunque Lutero estaba débil de salud, no
            
            
              por eso se excusó. Conocía muy bien los peligros que le aguardaban.
            
            
              Sabía que sus poderosos enemigos adoptarían todas las medidas
            
            
              posibles para silenciarlo. Clamaban por su sangre con tanta saña