Página 396 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Sabía que esos tesoros perecerían; pero las ricas verdades abiertas
a su entendimiento y que obraban en su corazón, vivirían, y si las
obedecía, lo conducirían a la inmortalidad.
Cuando fue llamado a comparecer en Augsburgo para responder
de su fe, obedeció. Ese hombre solitario que había provocado la
ira de los sacerdotes y el pueblo, fue acusado ante aquellos que
habían hecho temblar al mundo; era un humilde cordero rodeado
por leones furiosos. Sin embargo, se mantuvo imperturbable; y con
santa elocuencia, que sólo la verdad puede inspirar, presentó las
razones de su fe. Sus enemigos procuraron mediante diversos modos
silenciar al valeroso abogado de la verdad. Comenzaron halagándolo
y prometiéndole honra y gloria. Pero la vida y los honores carecían
de valor para él si es que debía comprarlos sacrificando la verdad.
La Palabra de Dios brillaba en su entendimiento cada vez con mayor
nitidez y claridad, lo que le hacía comprender mejor los errores,
corrupciones e hipocresía del papado. Sus enemigos procuraron a
continuación intimidarlo y hacerlo retractarse de su fe, pero él se
mantuvo valientemente en defensa de la verdad.
Estaba dispuesto a morir por su fe, si Dios así lo requería; pero
nunca renunciaría a ella. Dios le preservó la vida. Envió a sus
ángeles a que lo asistieran y frustraran la rabia y los propósitos de
sus enemigos, y a que lo sacaran con bien del tormentoso conflicto.
El poder sereno y digno de Lutero humilló a sus enemigos e
infligió un terrible golpe al papado. Hombres poderosos y orgullosos
decidieron que debía expiar con su sangre el daño que había provoca-
do a su causa. Trazaron sus planes, pero Uno más poderoso que ellos
estaba a cargo de Lutero. Su obra no había concluido. Los amigos de
Lutero apresuraron su partida de Augsburgo. Se alejó del enemigo
en la noche, montado en un caballo sin brida, y él iba desprovisto de
armas, botas y espuelas. Prosiguió su viaje con mucha fatiga, hasta
que se encontró entre sus amigos.
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Nuevamente se exacerbó la indignación del papado, por lo que
resolvieron acallar la boca de ese intrépido abogado de la verdad.
Lo conminaron a que compareciera en Worms, decididos a hacerle
rendir cuentas de su locura. Aunque Lutero estaba débil de salud, no
por eso se excusó. Conocía muy bien los peligros que le aguardaban.
Sabía que sus poderosos enemigos adoptarían todas las medidas
posibles para silenciarlo. Clamaban por su sangre con tanta saña