Página 397 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros y deber de los ministros
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como los judíos lo habían hecho por la sangre de Cristo. Pero él
confiaba en el Dios que había preservado la vida de los tres ilustres
jóvenes hebreos que fueron echados en el horno encendido. No
sentía ansiedad ni preocupación por sí mismo. No luchaba por su
propia vida, sino que su gran preocupación era que la verdad, que
él consideraba tan preciosa, no fuera expuesta a los insultos de los
impíos. El estaba preparado para morir antes que permitir que sus
enemigos triunfaran. Cuando entró en Worms, miles de personas
lo rodearon y acompañaron. Los emperadores y otros dirigentes
importantes no habían sido escoltados por un séquito mayor. Había
intenso entusiasmo; y una persona, con voz penetrante y plañidera,
entonó un canto fúnebre para advertirle de lo que le esperaba. Pero
el Reformador había previsto el costo y estaba preparado para sellar
su testimonio con su sangre, si así lo disponía Dios.
Lutero estaba por presentarse ante una asamblea muy imponente
para dar cuenta de su fe, y se volvió a Dios con fe en busca de
fortaleza. Su valor y su fe fueron probados por un corto período. Se le
presentaron peligros en diversas formas, y él se entristeció. Espesas
nubes lo rodearon y ocultaron de él el rostro de Dios. Anhelaba
avanzar con la confiada seguridad de que Dios estaba con él. No
podía sentirse satisfecho hasta sentir que Dios lo acompañaba. Con
sollozos entrecortados dirigió su angustiada oración al Cielo. Por
momentos flaqueaba su espíritu, mientras en su imaginación sus
enemigos se multiplicaban a su alrededor. El peligro que corría le
hacía temblar. Vi que Dios en su sabia providencia lo preparó en
esta forma para que no olvidara en quién debía confiar, y que no
debía lanzarse impremeditadamente al peligro. Como instrumento
suyo, Dios lo estaba preparando para la gran obra que le aguardaba.
La oración de Lutero fue escuchada. Recuperó su valor y su fe
cuando se enfrentó a sus enemigos. Humilde como un cordero com-
pareció entre los grandes hombres del mundo, quienes como lobos
furiosos, fijaron sus ojos en él con la esperanza de deslumbrarlo con
su poder y grandeza; pero él se había aferrado a la fortaleza de Dios,
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de modo que no sentía temor. Habló con tanta majestad y poder que
sus enemigos no pudieron hacer nada contra él. Dios hablaba por
medio de Lutero, y había reunido a emperadores y sabios, para des-
hacer su sabiduría públicamente, y para que todos vieran la fortaleza