Página 402 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
para luego ser formados de nuevo. Su obra entre las iglesias está
más que perdida, y en su condición presente llena de debilidad y
vacilación, agradaría más a Dios que cesaran en sus esfuerzos por
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ayudar a otros y trabajaran con sus manos hasta quedar convertidos.
Entonces podrían fortalecer a sus hermanos.
Los ministros deben levantarse. Profesan ser generales del ejér-
cito del gran Rey, y al mismo tiempo son simpatizantes con el gran
dirigente rebelde y su hueste. Algunos han expuesto la causa de
Dios, y las sagradas verdades de su palabra, a los vituperios de las
huestes rebeldes. Se han despojado de una parte de su armadura, y
Satanás les ha lanzado sus dardos envenenados. Han fortalecido las
manos de los dirigentes rebeldes y se han debilitado, y permitido
que Satanás y su hueste diabólica levantaran sus cabezas en triunfo
y se regocijaran por la victoria que se les ha permitido ganar. ¡Oh,
cuánta falta de sabiduría! ¡Cuánta ceguera! ¡Qué táctica necia ma-
nifestada al abrir sus puntos débiles a sus enemigos más mortales!
¡Cuán diferente del proceder de Lutero! Estaba dispuesto a sacrificar
su vida, si eso era necesario, pero jamás la verdad. El dijo: “Tan
sólo cuidemos de que el Evangelio no quede expuesto a los insultos
de los impíos, y derramemos nuestra sangre en su defensa antes
que permitirles triunfar. ¿Quién puede decir si mi vida o mi muerte
harían una mayor contribución a la salvación de mis hermanos?”
Dios no depende de ningún hombre para el progreso de su causa.
Está suscitando hombres y los está capacitando para que lleven el
mensaje al mundo. Puede perfeccionar su fortaleza en la debili-
dad de los hombres. El poder es de Dios. La facilidad de palabra,
la elocuencia y los grandes talentos no convertirán una sola alma.
Los esfuerzos realizados en el púlpito puede ser que estimulen las
mentes, los claros argumentos pueden ser convincentes, pero Dios
produce los resultados. Hombres piadosos, fieles y santos, que prac-
tican en su vida diaria lo que predican, ejercerán influencia para
salvación. Un poderoso discurso presentado desde el púlpito puede
afectar las mentes; pero una pequeña imprudencia cometida por el
ministro, una falta de seriedad en la predicación y de piedad genuina,
contrarrestarán su influencia y suprimirán las buenas impresiones
que haya producido. Los conversos serán suyos, y en muchos casos
no tratarán de elevarse más alto que su ministro. No llevarán a cabo
un trabajo cabal en el corazón. No se han convertido a Dios. La