Página 409 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Padres e hijos
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todas vuestras indicaciones, lo cual hace crecer vuestra irritación y
empeora la situación de los niños. Las censuras se repiten; se les
pinta con vivos colores su mala conducta, hasta que el desaliento se
posesiona de ellos, y no les interesa agradaros. Se apodera de ellos
un espíritu que los impulsa a decir: “A mí qué me importa”, y van a
buscar fuera del hogar, lejos de sus padres, el placer y deleite que no
encuentran en casa. Frecuentan las compañías de la calle, y pronto
se corrompen tanto como los peores.
¿Sobre quién pesa este gran pecado? Si se hubiese hecho atra-
yente el hogar, si los padres hubiesen manifestado afecto por sus
hijos, si con bondad les hubiesen encontrado ocupación, enseñándo-
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les con amor a obedecer a sus deseos, habrían hallado respuesta en
sus corazones; y los hijos, con corazones, manos y pies voluntarios,
les habrían obedecido prestamente. Ejerciendo dominio sobre sí
mismos, hablándoles con bondad y elogiándolos cuando tratan de
hacer lo recto, los padres pueden estimular los esfuerzos de sus hijos,
hacerlos muy felices y rodear el círculo de la familia con un encanto
que despejará toda lobreguez y hará penetrar en él la alegría como
la luz del sol.
A veces los padres disculpan su propio mal comportamiento
con la excusa de que no se sienten bien. Están nerviosos y piensan
que no pueden ser pacientes ni serenos, ni hablar de una manera
agradable. En esto se engañan y agradan a Satanás, quien se regocija
porque ellos no consideran que la gracia de Dios es suficiente para
vencer las flaquezas naturales. Pueden y deben dominarse en toda
ocasión. Dios se lo exige. Deben darse cuenta de que cuando ceden
a la impaciencia e inquietud hacen sufrir a otros. Los que los rodean
son afectados por el espíritu que ellos manifiestan, y si a su vez
actúan impulsados por el mismo espíritu, el daño aumenta y todo
sale mal.
Padres, cuando os sentís nerviosos, no debéis cometer el grave
pecado de envenenar a toda la familia con esta irritabilidad peligrosa.
En tales ocasiones, ejerced sobre vosotros mismos doble vigilan-
cia, y resolved en vuestro corazón no ofender con vuestros labios,
sino pronunciar solamente palabras agradables y alegres. Decíos:
“No echaré a perder la felicidad de mis hijos con una sola palabra
de irritación”. Dominándoos así vosotros mismos, os fortaleceréis.
Vuestro sistema nervioso no será tan sensible. Quedaréis fortale-