Página 411 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Padres e hijos
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por vuestro Padre celestial. Instruidlos bondadosamente y ligadlos
a vuestro corazón. Este es un tiempo crítico para los hijos. Los
rodearán influencias tendientes a separarlos de vosotros, y debéis
contrarrestarlas. Enseñadles a hacer de vosotros sus confidentes.
Permitidles contaros sus pruebas y alegrías. Así los salvaréis de
muchas trampas que Satanás ha preparado para sus pies inexpertos.
No tratéis a vuestros hijos únicamente con severidad, olvidándoos
de vuestra propia niñez, y olvidando que ellos no son sino niños.
No esperéis de ellos que sean perfectos, ni tratéis de obligarlos a
actuar como hombres y mujeres en seguida. Obrando así, cerraríais
la puerta de acceso que de otra manera pudierais tener hacia ellos, y
los impulsaríais a abrir la puerta a las influencias perjudiciales, que
permitirían a otros envenenar sus mentes juveniles antes de advertir
el peligro.
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Satanás y su hueste están haciendo arduos esfuerzos para desviar
la mente de los niños, y éstos deben ser tratados con franqueza,
ternura y amor cristianos. Esto os dará una poderosa influencia
sobre ellos, y les hará sentir que pueden depositar una confianza
ilimitada en vosotros. Rodead a vuestros hijos de los encantos del
hogar y de vuestra compañía. Si lo hacéis, no tendrán mucho deseo
de trabar relaciones con otros jóvenes. Satanás obra por medio
de dichas relaciones, y trata de que las mentes ejerzan una mutua
influencia corruptora. Esta es la manera más eficaz en que pueda
trabajar. Los jóvenes tienen una influencia poderosa unos sobre
otros. Su conversación no es siempre selecta y elevada. Oyen malas
conversaciones que, si no se resisten con decisión, se alojan en el
corazón, para arraigar allí, crecer hasta dar frutos y corromper las
buenas costumbres. A causa de los males que imperan hoy en el
mundo, y de la restricción que es necesario imponer a los hijos, los
padres deben tener doble cuidado de ligarlos a sus corazones y de
hacerles comprender que buscan su felicidad.
Los padres no deben olvidar cuánto anhelaban en su niñez la
manifestación de simpatía y amor, y cuán desgraciados se sentían
cuando se les censuraba y reprendía con irritación. Deben rejuve-
necer sus sentimientos, y transigir mentalmente para comprender
las necesidades de sus hijos. Sin embargo, con firmeza mezclada de
amor, deben exigirles obediencia. La palabra de los padres debe ser
obedecida implícitamente.