Página 423 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros de la juventud
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con impaciencia, y muchas veces con ira. Tales correcciones no
producen ningún buen resultado. Al tratar de corregir un mal, se
crean dos. La censura continua y el castigo corporal endurecen a los
niños y los separan de sus padres.
Estos deben aprender primero a dominarse a sí mismos; y enton-
ces podrán dominar con más éxito a sus hijos. Cada vez que pierden
el dominio propio, y hablan y obran con impaciencia, pecan contra
Dios. Deben primero razonar con sus hijos, señalarles claramente
sus equivocaciones, mostrarles su pecado, y hacerles comprender
que no sólo han pecado contra sus padres, sino contra Dios. Te-
niendo vuestro propio corazón subyugado y lleno de compasión y
pesar por vuestros hijos errantes, orad con ellos antes de corregirlos.
Entonces vuestra corrección no hará que vuestros hijos os odien.
Ellos os amarán. Verán que no los castigáis porque os han causado
inconvenientes, ni porque queréis desahogar vuestro desagrado so-
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bre ellos, sino por un sentimiento de deber, para beneficio de ellos,
a fin de que no se desarrollen en el pecado.
Algunos padres no han dado educación religiosa a sus hijos
y han descuidado también su educación escolar. Ni la una ni la
otra debieran haberse descuidado. Las mentes de los niños son
activas, y si ellos no se dedican al trabajo físico o se ocupan en el
estudio, quedarán expuestos a las malas influencias. Es un pecado
de parte de los padres dejar a sus hijos crecer en la ignorancia.
Deben proporcionarles libros útiles e interesantes, deben enseñarles
a trabajar, a tener sus horas de trabajo físico y sus horas de estudio
y lectura. Los padres deben tratar de elevar las mentes de sus hijos,
y de cultivar sus facultades mentales. La mente, abandonada a sí
misma, sin cultivo, es generalmente baja, sensual y corrupta. Satanás
aprovecha su oportunidad, y educa las mentes ociosas.
Padres, el ángel registrador escribe toda palabra impaciente e
irritada que decís a vuestros hijos. Cada vez que dejáis de darles
las instrucciones debidas y de mostrarles el carácter excesivamente
grave del pecado y el resultado final de una conducta pecaminosa,
ello queda registrado frente a vuestro nombre. Cada palabra que
decís descuidadamente delante de ellos, aunque sea en broma, cada
palabra que no sea casta y elevada, queda anotada por el ángel como
una mancha sobre vuestro carácter cristiano. Todos vuestros actos
quedan registrados, sean buenos o malos.