Página 425 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros de la juventud
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Los padres deben explicar y simplificar ante sus hijos el plan de
salvación, a fin de que sus mentes juveniles puedan comprenderlo.
Los niños de ocho, diez y doce años tienen ya bastante edad para
que se les hable de la religión personal. No mencionéis a vuestros
hijos algún período futuro en el que tendrán edad suficiente para
arrepentirse y creer en la verdad. Si son debidamente instruidos, los
niños, aun los de poca edad, pueden tener opiniones correctas acerca
de su estado de pecado y el camino de salvación por Cristo. Los
predicadores manifiestan generalmente demasiada indiferencia hacia
la salvación de los niños, y su obra no es tan personal como debiera
ser. Muchas veces se pierden áureas oportunidades de impresionar
las mentes de los niños.
La mala influencia que rodea a nuestros hijos es casi abrumadora;
está corrompiendo sus mentes y arrastrándolos a la perdición. Las
mentes juveniles son por naturaleza dadas a la liviandad; y en su
tierna edad, antes que su carácter esté formado y su juicio maduro,
manifiestan a menudo su preferencia por compañías que ejercen
sobre ellos una influencia perjudicial. Algunos adquieren afición al
sexo opuesto, contra los deseos y ruegos de sus padres, y violan,
deshonrándolos así, el quinto mandamiento. Es deber de los padres
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vigilar las salidas y las entradas de sus hijos. Deben estimularlos y
presentarles incentivos que los atraigan al hogar y les hagan ver que
sus padres se interesan en ellos. Deben hacer alegre y placentero el
hogar.
Padres y madres, hablad bondadosamente a vuestros hijos; re-
cordad cuán sensibles sois vosotros mismos y cuán poca censura
podéis soportar; reflexionad y reconoced que vuestros hijos son co-
mo vosotros. No les impongáis lo que vosotros mismos no podéis
llevar. Si no podéis soportar la censura y la inculpación, tampoco
lo pueden vuestros hijos, que son más débiles que vosotros y no
pueden aguantar tanto. Sean vuestras palabras agradables y alegres
como rayos de sol en la familia. Los frutos del dominio propio, la
atención y el esmero que manifestéis se centuplicarán.
Los padres no tienen derecho a ensombrecer la felicidad de sus
hijos por su censura o severa crítica por errores triviales. Lo que es
verdaderamente malo debe ser presentado en el verdadero carácter
pecaminoso que tiene y se debe proceder con firmeza y decisión para
evitar que se repita. Debe hacerse sentir a los niños el mal que han