Página 427 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Peligros de la juventud
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parte en formar vuestro carácter para el cielo. Pero a vosotros os
incumbe decir si queréis adquirir un buen carácter cristiano apro-
vechando las ventajas que significa para vosotros el haber tenido
padres piadosos, fieles y vigilantes en la oración. A pesar de toda la
ansiedad y la fidelidad de los padres en favor de sus hijos, ellos solos
no pueden salvarlos. Los hijos tienen también una obra que hacer.
Cada hijo tiene que atender su caso individual. Padres creyentes,
os incumbe una obra de responsabilidad para guiar los pasos de
vuestros hijos aun en su experiencia religiosa. Cuando amen ver-
daderamente a Dios os bendecirán y reverenciarán por el cuidado
que les otorgasteis y por vuestra fidelidad al restringir sus deseos y
subyugar sus voluntades.
Prevalece en el mundo la tendencia a dejar a los jóvenes seguir
la inclinación natural de su propia mente. Y los padres dicen que si
los jóvenes son muy desenfrenados en su adolescencia se corregirán
más tarde, y que cuando tengan dieciséis o dieciocho años razonarán
por su cuenta, abandonarán sus malos hábitos y llegarán por fin a
ser hombres y mujeres útiles. ¡Qué error! Durante años permiten
que el enemigo siembre en el jardín del corazón, permiten que se
desarrollen en él malos principios, y en muchos casos todo el trabajo
que se haga para cultivar ese terreno no servirá para nada.
Satanás trabaja con astucia y perseverancia y es un enemigo mor-
tífero. Cuando quiera que se pronuncie una palabra descuidada para
perjuicio de la juventud, sea en adulación o para hacer considerar
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un pecado con menos aborrecimiento, Satanás se aprovecha de ellos
y alimenta la mala semilla, a fin de que pueda arraigar y producir
abundante cosecha. Algunos padres han dejado a sus hijos adquirir
malas costumbres, cuyos rastros podrán verse a través de toda la
vida. Los padres son responsables de este pecado. Esos hijos pueden
profesar ser cristianos, pero sin una obra especial de la gracia en el
corazón y una reforma cabal en la vida, sus malas costumbres pasa-
das se advertirán en toda su experiencia y manifestarán precisamente
el carácter que sus padres les permitieron adquirir.
La norma de la piedad es tan baja entre los que profesan ser cris-
tianos, en general, que los que desean seguir a Cristo con sinceridad,
hallan esto más difícil y trabajoso que lo que de otro modo sería.
La influencia de los que profesan ser cristianos pero manifiestan
un espíritu mundano, perjudica a los jóvenes. Los más de los que