Página 439 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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La causa en el este
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La verdad de Dios no degradará nunca al que la reciba, sino que
lo elevará, refinará su gusto, santificará su juicio y lo perfeccionará
para que pueda estar en compañía de los ángeles puros y santos en
el reino de Dios. A algunos la verdad los encuentra toscos, rudos,
singulares, jactanciosos; son personas que se aprovechan de sus
vecinos si pueden, para beneficiarse a sí mismas y que yerran de
muchas maneras; sin embargo, cuando creen en la verdad de todo
corazón, ésta realiza un cambio completo en su vida. Comienza
inmediatamente una obra de reforma.
La influencia pura de la verdad elevará a todo el ser. En su trato
comercial con sus semejantes, tendrá presente el temor de Dios;
amará a su prójimo como a sí mismo y lo tratará como quisiera
ser tratado. Su conversación será veraz, casta y de un carácter tan
elevado que los incrédulos no podrán valerse de ella ni decir mal de
él con justicia, ni quedarán disgustados por sus modales descorteses
y conversación inconveniente. Introducirá la influencia santificadora
de la verdad en su familia, y delante de ella dejará brillar su luz de
tal manera que, viendo sus buenas obras, pueda glorificar a Dios. En
todas las ocupaciones de la vida, ejemplificará la vida de Cristo.
La ley de Dios no se conformará con nada que no sea la perfec-
ción, una obediencia perfecta y completa a todos sus requerimientos.
De nada valdrá cumplirlos a medias, y no prestar una obediencia
perfecta y cabal. El mundano y el incrédulo admiran a los que son
consecuentes, y siempre han sido poderosamente convencidos de
que Dios estaba en verdad con su pueblo cuando las obras de éste
han correspondido a su fe. “Por sus frutos los conoceréis”.
Ma-
teo 7:16
. Cada árbol se conoce por sus frutos. Nuestras palabras y
nuestras acciones son el fruto que llevamos.
Son muchos los que oyen los dichos de Cristo, pero no los cum-
plen. Hacen profesión de fe, pero sus frutos son tales que disgustan
a los no creyentes. Son jactanciosos, y oran y hablan de una manera
que refleja justicia propia; se ensalzan, relatan sus buenas acciones,
y, como el fariseo, agradecen virtualmente a Dios porque no son
como los demás. Sin embargo, estas mismas personas son astutas, y
cometen extorsiones en los negocios. Sus frutos no son buenos. Sus
palabras y actos son malos, y sin embargo, parece que no advierten
su condición indigente y miserable.