Página 463 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Ministros sin consagración
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evidencias del cristianismo y la inspiración colocarán su sello en su
mente y su vida.
Los que aman el pecado se alejarán de la Biblia, se complacerán
en dudar y despreciarán los principios. Recibirán falsas teorías y
las promoverán. Estas personas atribuirán el pecado humano a las
circunstancias. Y cuando alguien comete un pecado grave, lo ha-
cen objeto de compasión en lugar de considerarlo un delincuente
que debe ser castigado. Este proceder siempre agradará al corazón
depravado, el cual, con el tiempo, desarrollará los principios de la
naturaleza caída.
Por algún proceso general, los hombres prefieren abolir de una
vez por todas el pecado, y evitarse así la desagradable necesidad
de reforma y esfuerzo individuales. Con el fin de librarse de la
obligación de esforzarse constantemente, muchos están dispuestos a
declarar sin importancia todo el trabajo y el esfuerzo que realizaron
en sus vidas mientras obedecían los sagrados principios de la palabra
de Dios. La necesidad filosófica del pastor Hull tiene su fundamento
en las corrupciones del corazón. Dios está suscitando hombres para
que salgan a trabajar en el campo de la siega, y si son humildes,
dedicados y santos, recibirán las coronas que perderán los ministros
que sean reprobados en relación con la fe.
El 5 de noviembre de 1862 se me mostró que algunos obreros
confunden su llamamiento. Piensan que si un hombre no puede
trabajar con sus manos, o si no es un hombre de negocios, entonces
puede dedicarse a ser un ministro religioso. Muchos cometen un
gran error en esto. Es verdad que una persona que no tiene el tacto
del hombre de negocios puede llegar a ser un ministro, pero carecerá
de las cualidades que todo ministro debe poseer a fin de trabajar con
sabiduría en la iglesia y edificar la causa. Pero cuando un ministro
es competente en el púlpito, y como el pastor Hull, es incompetente
como administrador, nunca debiera salir solo. Otra persona debiera
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acompañarlo con fines de administración para suplir su deficiencia.
Y aunque sea humillante, debiera escuchar el juicio y consejo de su
compañero, así como un ciego sigue a uno que puede ver. Al hacerlo
escapará de muchos peligros que podrían ser fatales para él si se lo
dejara solo.
La prosperidad de la causa de Dios depende mucho de los mi-
nistros que trabajan en el campo evangélico. Los que enseñan la