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              Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
            
            
              verdad debieran ser hombres piadosos, abnegados y fervientes que
            
            
              comprenden su misión y hacen el bien porque saben que Dios los
            
            
              ha llamado a la obra, hombres que conocen el valor de las almas y
            
            
              que están dispuestos a llevar cargas y responsabilidades. Un obrero
            
            
              cabal se conoce por la perfección de su obra.
            
            
              Hay pocos predicadores entre nosotros. Y debido a que la causa
            
            
              de Dios necesita tanta ayuda, algunos han sido inducidos a pensar
            
            
              que casi cualquier persona que afirme ser un ministro puede ser
            
            
              aceptable. Algunos han pensado que si alguien puede orar y exhortar
            
            
              con facilidad en las reuniones, está calificado para ser enviado como
            
            
              obrero. Y antes de ser probados, o de que pudieran exhibir fruto
            
            
              adecuado en su trabajo, hombres a quienes Dios no había enviado,
            
            
              han sido animados y adulados por hermanos sin experiencia. Pero
            
            
              su obra pone de manifiesto el carácter del obrero. Desparraman y
            
            
              confunden, pero no recogen ni edifican. Unos pocos pueden reci-
            
            
              bir la verdad como fruto de su trabajo, pero éstos no se elevan a
            
            
              mayor altura que la de sus instructores. La misma carencia que se
            
            
              manifestaba en su propia vida se advierte en la de sus conversos.
            
            
              El éxito de esta causa no depende de que tengamos un gran
            
            
              número de ministros, pero es sumamente importante que los que
            
            
              trabajan en relación con la causa de Dios sean hombres que real-
            
            
              mente sientan el peso y el carácter sagrado de la obra a que Dios
            
            
              los ha llamado. Unos pocos hombres piadosos y abnegados, peque-
            
            
              ños en su estimación personal, pueden hacer mejor que un número
            
            
              mucho mayor si una parte de éstos no está calificada para el tra-
            
            
              bajo, pero manifiestan confianza en sí mismos y hacen alarde de
            
            
              sus talentos personales. Si sale a predicar una cantidad de estos
            
            
              obreros incompetentes, que harían mejor si trabajaran en otra cosa,
            
            
              se necesitaría que los ministros fieles dedicaran casi todo su tiempo
            
            
              a ir en pos de ellos para corregir su mala influencia. La utilidad
            
            
              futura de los predicadores jóvenes depende en buena medida de la
            
            
              forma en que desempeñan sus labores. Hay hermanos que aman de
            
            
              corazón la causa de Dios y que están de tal manera ansiosos de ver
            
            
              [391]
            
            
              progresar la verdad, que corren peligro de hacer demasiado por los
            
            
              ministros que no han sido probados, al ayudarles liberalmente con
            
            
              recursos económicos y al proporcionarles influencia. Los que entran
            
            
              a trabajar en el campo evangélico debieran ser animados a ganarse
            
            
              una reputación por sus propios esfuerzos, aunque para ello tengan