Página 466 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
aprender plenamente los principios de la verdad presente. Algunos
ministros perjudicarán la causa de Dios al ir a trabajar por otros,
cuando ellos mismos necesitan que se haga con ellos una obra tan
grande para capacitarlos para su trabajo como la que ellos desean
hacer por los incrédulos. Si no están calificados para la obra, se
requerirá el trabajo de dos o tres ministros fieles que vayan en pos de
ellos para corregir su mala influencia. Al final, sería menos costoso
para la causa de Dios proporcionar apoyo económico adecuado a
estos ministros para que permanecieran en su propio lugar y no
salieran a perjudicar el campo de labor.
Algunos miembros han considerado que ciertos predicadores son
específicamente inspirados, instrumentos por medio de los cuales el
Señor habla. Si personas de edad y de larga experiencia advierten
errores en un ministro y le sugieren que mejore sus modales, el tono
de su voz o sus gestos, éste a veces se ha sentido herido y ha razonado
que Dios lo llamó tal como es, que el poder es de Dios y no de sí
mismo, y que Dios debe realizar el trabajo por él, que él no predica
según sabiduría humana, etc. Es un error considerar que un hombre
no puede predicar a menos que algo lo ponga en un fuerte estado
de exaltación. Los hombres que así dependen de sus sentimientos,
pueden resultar útiles cuando se trata de presentar exhortaciones,
si es que sienten que se encuentran en un estado que les permita
hacerlo, pero nunca llegarán a ser obreros eficaces y capaces de
soportar el peso del trabajo. Cuando la obra encuentra dificultades
y todo parece desanimador, los que se exaltan con facilidad y los
que dependen de sus sentimientos no están preparados para llevar su
parte de la carga. En tiempo de desánimo y tinieblas, cuán importante
es tener hombres calmados que sepan pensar y que no dependan
de las circunstancias, sino que confíen en Dios y que trabajen tanto
en la oscuridad como en la luz. Los hombres que sirven a Dios por
principio, aunque su fe sea severamente probada, se apoyan con
seguridad en el infalible brazo de Jehová.
Los predicadores jóvenes, y los hombres que una vez fueron
ministros, que han sido ásperos y vulgares en sus maneras, que han
usado en su conversación expresiones inmodestas y sin castidad, no
están preparados para dedicarse a la obra hasta dar evidencia de una
completa reforma. Una palabra hablada por ellos con imprudencia
puede causar más perjuicio que el bien que podría hacer una serie de
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