Página 467 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Ministros sin consagración
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reuniones efectuadas por ellos. En los lugares donde actúan dejan por
el suelo la norma de la verdad, la que siempre debiera ser exaltada.
Sus conversos generalmente no llegan más alto que la norma elevada
ante ellos por estos ministros. Los hombres que se encuentran entre
los vivos y los muertos debieran actuar correctamente. El ministro no
debe bajar la guardia ni por un instante. Está trabajando para elevar a
otros haciéndolos subir a la plataforma de la verdad. Que muestren a
otros que la verdad ha realizado algo por ellos. Debieran ver el mal de
estas expresiones descuidadas, ásperas y vulgares; debieran descartar
y despreciar todo lo que sea de esa índole. A menos que lo hagan, sus
conversos los imitarán. Y cuando los ministros fieles vayan en pos
de ellos y de sus conversos para corregir las equivocaciones que han
cometido, ellos se disculparán culpando a los ministros. Si alguien
desaprueba su proceder, ellos se volverán contra él y preguntarán:
“¿Por qué apoya y da influencia a hombres enviándolos a predicar a
los pecadores cuando ellos mismos son pecadores?”
La obra en la que nos ocupamos es una obra exaltada y de respon-
sabilidad. Los que ministran mediante palabra y doctrina debieran
ser ellos mismos ejemplos de buenas obras. Debieran convertirse
en dechados de santidad, limpieza y orden. La apariencia exterior
del siervo de Dios, tanto cuando está fuera del púlpito como cuando
habla desde él, debiera ser la que corresponde a un predicador pro-
fesional. Puede realizar mucho más mediante su ejemplo piadoso,
que sólo con su predicación desde el púlpito cuando su influencia
fuera del mismo no es digna de imitación. Los que trabajan en esta
causa están dando al mundo la verdad más elevada que se haya
encomendado a los mortales.
Los hombres que Dios elige para que trabajen en su obra darán
prueba de su elevado llamamiento y considerarán que es su deber
más eminente desarrollarse y mejorar hasta convertirse en obreros
eficientes. Luego, cuando manifiesten entusiasmo y dedicación por
mejorar el talento que Dios les ha confiado, entonces hay que pres-
tarles ayuda juiciosamente. Pero el aliento que se les proporcione no
debiera tener apariencia de lisonja, porque Satanás mismo se encar-
gará de llevar a cabo esa clase de obra. Los hombres que consideran
que tienen el deber de predicar no debieran ser animados a depen-
der ellos y su familia en forma inmediata y total de los hermanos
para obtener recursos económicos. No tienen derecho a esto hasta