Página 468 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
que puedan mostrar buenos frutos producidos por su trabajo. Existe
actualmente el peligro de perjudicar a los predicadores jóvenes y
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a los que tienen escasa experiencia por causa de la lisonja y por
aliviarlos de los cuidados y las aflicciones de la vida. Cuando no
están predicando, debieran dedicarse a trabajar en otra cosa para
su propio sostén. Esta es la mejor forma de probar la naturaleza
de su llamamiento a predicar. Si desean predicar sólo para obtener
beneficios económicos, y si la iglesia actúa con buen juicio, pronto
perderán su inclinación a predicar, y dejarán de hacerlo para buscar
un trabajo más provechoso. El apóstol Pablo, un predicador muy
elocuente, convertido milagrosamente por Dios para realizar una
obra especial, no rehuía el trabajo. Dice: “Hasta esta hora padecemos
hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no
tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias
manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la
soportamos”.
1 Corintios 4:11-12
. “Ni comimos el pan de ninguno
de balde. Antes trabajamos con esfuerzo y fatiga día y noche, para
no ser gravosos a ninguno de vosotros”.
2 Tesalonicenses 3:8
.
Se me mostró que numerosos hermanos no aprecian correcta-
mente los talentos que hay entre ellos. Algunos no comprenden qué
talento de predicación sería el mejor para el adelanto de la causa de la
verdad, sino que piensan sólo en la gratificación momentánea de sus
sentimientos. Sin reflexionar, demuestran preferencia por un orador
que manifiesta celo considerable en su prédica y refiere anécdotas
que complacen el oído y estimulan la mente por un momento, pero
sin dejar una impresión duradera. Al mismo tiempo desestiman a un
predicador que ha estudiado con oración para poder presentar ante
la gente los argumentos que explican nuestra posición con calma y
en forma coherente. Su trabajo no es apreciado y suele ser tratado
con indiferencia.
Una persona puede predicar con entusiasmo y complacer el oído,
pero sin presentar nuevas ideas ni información para la mente. Las
impresiones causadas por esta clase de predicación desaparecen
cuando el orador deja de hablar. Cuando se buscan los frutos de
un trabajo realizado de esta manera, se encuentra muy poco. Estos
dones de oropel no son muy benéficos ni tienen mucho valor para
hacer progresar la causa de la verdad, como un don en el que se
puede confiar cuando actúa en lugares duros y difíciles. En la obra