Página 494 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
La predicación de la palabra es el trabajo específico de los mi-
nistros, y después de haber predicado las solemnes verdades a la
gente, debieran mantener una humilde dignidad como predicadores
de la exaltada verdad y representantes de la verdad presentada a la
gente. Necesitan descansar después de haber realizado sus intensos
esfuerzos. Aun la venta de libros sobre la verdad presente es una
preocupación, una carga para la mente y fatiga para el cuerpo. Si
hay ministros que tienen energía de reserva y pueden someterse a
esfuerzo sin perjudicarse, existe para ellos un trabajo importante que
deben hacer, y que sólo ha comenzado después de haber presentado
la verdad a la gente. Después siguen el predicar con el ejemplo,
atender solícitamente a la gente, tratar de hacer bien a los demás,
las conversaciones, las visitas a los hogares, el tener acceso a la
condición mental y espiritual de los que escucharon su sermón, y
comprenderla; además, debe exhortar a éste, reprochar a aquél y
censurar a este otro, reconfortar a los afligidos, a los dolientes y a los
desanimados. La mente debe estar libre de cansancio hasta donde
eso sea posible, para que estén dispuestos a prestar servicio en el
acto, “que instes a tiempo y fuera de tiempo”. Deben obedecer la
orden dada por el apóstol Pablo a Timoteo: “Ocúpate en estas cosas;
permanece en ellas”.
Las responsabilidades de la obra descansan muy levemente sobre
algunos. Piensan que su obra ha concluido cuando se alejan del
púlpito. Es una carga visitar a la gente, como también lo es hablar; y
la gente que realmente está deseosa de obtener todo el bien que hay
para ellos, y que desean escuchar y aprender para poder ver todas las
cosas claramente, no reciben beneficio ni satisfacción. Los ministros
se excusan diciendo que están cansados, y sin embargo algunos de
ellos agotan sus fuerzas preciosas y pasan su tiempo en trabajos que
otros podrían realizar tan bien como ellos. Debieran preservar el
vigor moral y físico para dar amplia prueba de su ministerio.
En todo lugar de importancia debiera haber un depósito de pu-
blicaciones. Y una persona que realmente aprecie la verdad debiera
manifestar interés en poner esos libros en manos de todos los que
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quieran leer. La cosecha es abundante pero los obreros son pocos,
y los escasos obreros de experiencia que ahora hay en el campo ya
están suficientemente ocupados con la predicación mediante palabra
y doctrina. Surgirán hombres que asegurarán que Dios les ha enco-