Página 495 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Nuestros ministros
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mendado la tarea de predicar la verdad a otros. Hay que examinar y
someter a prueba a todos ellos. No hay que aliviarlos de inmediato
de todas sus preocupaciones económicas ni darles posiciones de
responsabilidad; pero debe animárselos, si tienen méritos, a que den
pruebas adecuadas de su ministerio. No conviene que tales personas
entren en los trabajos de otros obreros. Que primero trabajen con
alguien de experiencia y sabiduría, que pueda ver pronto si pueden
ejercer una influencia capaz de salvar. Los predicadores jóvenes que
nunca han sentido la fatiga producida por el trabajo ni experimenta-
do exigencias sobre sus fuerzas mentales y físicas, no debieran ser
animados a esperar que se los sostenga económicamente, en forma
independiente de su trabajo físico, porque esto tan sólo los perjudi-
caría y sería una carnada para atraer a la obra a otros hombres que
no comprenden las preocupaciones de la obra ni la responsabilidad
que descansa sobre los ministros elegidos por Dios. Tales personas
se sentirán facultadas para enseñar a otros cuando en realidad apenas
han aprendido ellas mismas los primeros principios fundamentales.
Muchos que profesan la verdad no están santificados por ella y
carecen de sabiduría; no están siendo conducidos ni enseñados por
Dios. El pueblo de Dios, en general, tiene una mente mundana y
se ha alejado de la sencillez del Evangelio. Esta es la causa de la
gran falta de discernimiento espiritual que han manifestado en su
relación con los ministros. Si un pastor predica con espontaneidad
y franqueza, algunos lo alaban personalmente. En lugar de meditar
en las verdades presentadas y de aprovecharlas, demostrando así
que no son sólo oidores sino obradores de la palabra, lo exaltan al
referirse a lo que ha hecho. Comentan acerca de las virtudes del
pobre instrumento, pero olvidan a Cristo, que usó a ese instrumento.
Desde la caída de Satanás, quien una vez fue un ángel de exaltada
gloria, los ministros han caído por la exaltación de que se los ha
hecho objeto. Observadores del sábado insensatos han complacido
al diablo alabando a los ministros. ¿Sabían que estaban ayudando
a Satanás en su obra? Se habrían alarmado si hubieran comprendi-
do lo que estaban haciendo. Estaban enceguecidos y no actuaban
siguiendo el consejo de Dios. Hago una advertencia definida contra
la costumbre de alabar o adular a los ministros. He visto el mal, el
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terrible mal de esto. Nunca, nunca deben dirigirse alabanzas directa-
mente a los ministros. Hay que exaltar a Dios y respetar siempre a un