Página 497 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Nuestros ministros
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Puede ser que una vez apreciaron la verdad, y los tesoros terrenales
comparados con la verdad pueden haberles parecido sin valor; pero
después de un tiempo, a medida que aumentaba su tesoro terrenal, se
tornaron menos piadosos. Aunque tienen suficiente para vivir bien,
todas sus acciones demuestran que distan mucho de estar satisfechos.
Sus obras dan testimonio de que sus corazones están envueltos en
sus riquezas terrenales. Ganancia, ganancia es su contraseña. Todos
los miembros de su familia trabajan para lograr ese objetivo. Apenas
dejan algún tiempo para dedicarlo a los ejercicios devocionales
o la oración. Trabajan desde la mañana hasta la noche. Mujeres
enfermas y niños débiles estimulan su extenuada ambición y utilizan
la vitalidad y fuerza que poseen para alcanzar su objetivo, para ganar
un poquito, para hacer un poquito más de dinero. Se encomian a
sí mismos diciendo que lo están haciendo para ayudar a la causa
de Dios. ¡Terrible engaño! Satanás mira y se ríe, porque sabe que
están vendiendo alma y cuerpo por sus deseos de obtener ganancias.
Presentan continuamente débiles excusas por venderse de ese modo
para obtener ganancia. El dios de este mundo los ha enceguecido.
Cristo los compró con su propia sangre; pero roban a Cristo, roban
a Dios, se destrozan y son casi inútiles para la sociedad.
Dedican sólo poco tiempo al mejoramiento de la mente y a
disfrutar en la sociedad y la familia. Son de escaso beneficio para
los demás. Sus vidas son un terrible error. Los que abusan de sí
mismos sienten que su vida de trabajo incansable merece alabanza.
Se están destruyendo a sí mismos por su trabajo presuntuoso. Están
perjudicando el templo de Dios al violar continuamente las leyes de
su ser por medio del trabajo excesivo, y piensan que es una virtud.
Cuando Dios les pida cuentas, cuando les pida los talentos que
les prestó, con intereses, ¿qué dirán? ¿Qué excusa presentarán? Si
fueran paganos que no saben nada del Dios viviente, y si su celo
ciego e idólatra los hiciera arrojarse bajo el carro de Krishna [como
hacen algunos adoradores hindúes], sus casos serían más tolerables.
Pero tenían la luz, habían recibido una advertencia tras otra para que
mantuvieran sus cuerpos, que Dios llama su templo, en el estado
más saludable posible a fin de glorificarlo en sus cuerpos y espíritus,
que le pertenecen. Despreciaron las enseñanzas de Cristo: “No os
hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y
donde ladrones minan y hurtan; sino haced tesoros en el cielo, donde