Página 499 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Nuestros ministros
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quedan sorprendidos al constatar que su vigor vital se ha agotado.
No ha quedado nada para usar en caso de emergencia. La dulzura
y felicidad de la vida son amargadas por intensos dolores y noches
de insomnio. Ha desaparecido el vigor físico y mental. El esposo
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y padre, que por amor a las ganancias dispuso insensatamente sus
asuntos comerciales, aunque fuera con la plena aprobación de la
esposa y madre, como resultado puede tener que sepultar a la madre
y a uno o más hijos. La salud y la vida fueron sacrificadas por amor
al dinero. “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, el
cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados
de muchos dolores”.
1 Timoteo 6:10
.
Hay una importante obra que los observadores del sábado deben
realizar. Sus ojos deben ser abiertos para que vean la verdadera
condición en que se encuentran, y además deben ser celosos y arre-
pentirse, porque si no lo hacen perderán la vida eterna. El espíritu del
mundo se ha posesionado de ellos, y han caído cautivos de los pode-
res de las tinieblas. No prestan atención a la exhortación del apóstol
Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio
de la renovación de vuestro entendimiento para que comprobéis cuál
sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Romanos 12:2
.
Un espíritu mundano, codicioso y egoísta predomina en la vida de
muchos. Quienes lo poseen sólo buscan lo que satisface sus intereses
personales. El hombre rico egoísta no se interesa en las cosas de sus
vecinos, a menos que sea para descubrir cómo puede beneficiarse
perjudicándolos. Los aspectos nobles y piadosos se dejan de lado y
se sacrifican en aras de los intereses egoístas. El amor al dinero es la
raíz de todos los males. Enceguece la visión e impide que la gente
discierna sus obligaciones a Dios o al prójimo.
Algunos se consideran muy generosos porque a veces dan con
abundancia a los ministros y para el progreso de la verdad. Pero estos
hombres supuestamente liberales son mezquinos en sus transaccio-
nes y están listos a sacar ventaja de los demás. Tienen abundancia de
las cosas de este mundo, y esto coloca sobre ellos grandes responsa-
bilidades como administradores de Dios. Pero cuando tratan con un
hermano pobre que se gana la vida trabajando diligentemente, son
exigentes y le extraen hasta el último centavo. El hombre pobre saca
la peor parte. El hombre rico exigente y astuto, en lugar de favorecer
a su hermano pobre, toma toda la ventaja posible y acrecienta su