Página 529 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Mensaje para los jóvenes
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abiertos para recibiros. Salid de en medio de ellos y separaos, y no
toquéis lo inmundo, y él os recibirá. El promete ser un Padre para
vosotros. ¡Qué admirable relación es ésta! Es más elevada y santa
que cualquier vínculo terrenal. Si hacéis el sacrificio, si tenéis que
olvidar padre, madre, hermanas, hermanos, esposa e hijos por amor
de Cristo, no quedaréis sin amigos. Dios os adopta en su familia;
llegáis a ser miembros de la familia real, hijos e hijas del Rey que
gobierna los cielos de los cielos. ¿Podéis desear una posición más
elevada que la que aquí se promete? ¿No basta esto? El ángel dijo:
“¿Qué más podría hacer Dios por los hijos de los hombres que lo
que ya ha hecho? Si tal amor, si tales promesas tan exaltadas no son
apreciados, ¿podría él concebir alguna otra cosa más excelente, más
preciosa y admirable? Todo lo que Dios podía hacer fue hecho para
la salvación de los seres humanos, y a pesar de ello los corazones de
los hijos de los hombres se han endurecido. Debido a la multiplicidad
de bendiciones con las que Dios los ha rodeado, las reciben como si
fueran cosas comunes y olvidan a su bondadoso Benefactor”.
Vi que Satanás es un enemigo vigilante que está resuelto a llevar
a la juventud a comportamientos totalmente contrarios a los que
Dios aprobaría. El sabe perfectamente bien que no hay otro grupo
de personas que puede hace tanto bien como los jóvenes y señoritas
que se han consagrado a Dios. Los jóvenes, si obran correctamente,
pueden ejercer una poderosa influencia. Los predicadores, o laicos
avanzados en años, no pueden tener sobre la juventud ni la mitad
de la influencia que otros jóvenes dedicados a Dios pueden ejer-
cer sobre sus compañeros. Debieran sentir que pesa sobre ellos la
responsabilidad de hacer todo lo que puedan para salvar a sus com-
pañeros mortales, aunque tengan que sacrificar sus placeres y deseos
naturales. El tiempo, y hasta los recursos económicos, debieran con-
sagrarse a Dios cuando ello sea necesario. Todos los que profesan
santidad debieran sentir el peligro que corren los que no pertenecen
a Cristo. Pronto su tiempo de prueba concluirá. Los que habrían
podido ejercer influencia para salvar a la gente si hubieran seguido
el consejo de Dios, pero no cumplieron su deber a causa del egoís-
mo, la indolencia o porque se avergonzaban de la cruz de Cristo,
no sólo perderán sus propias almas, sino que tendrán sobre sí la
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sangre de algunos pobres pecadores. Tendrán que rendir cuenta del
bien que hubieran podido hacer si se hubieran consagrado a Dios,