El engaño de las riquezas
Algunos que profesan creer la verdad carecen de discernimiento
y no logran apreciar el valor moral. Las personas que hacen alarde de
su fidelidad a la causa y hablan como que piensan que saben todo lo
que es de valor conocer, no son humildes de corazón. Pueden poseer
dinero y propiedades, y esto es suficiente para darles influencia
sobre otros; pero esto no les dará ni un ápice de ventaja delante de
Dios. El dinero tiene dominio y ejerce una poderosa influencia. La
excelencia de carácter y el valor moral son a menudo pasados por
alto si los poseen personas de escasos recursos. Pero, ¿está Dios
preocupado por dinero o posesiones? De él son los ganados que
pacen sobre millares de colinas. El mundo y todo lo que está en él,
le pertenece. Los habitantes de la tierra son como insectos delante
de él. El hombre y las propiedades no son sino como una partícula
de polvo en el plato de la báscula. No hace acepción de personas.
Los ricos a menudo miran sus riquezas y dicen: “Por mi sabiduría
he obtenido esta riqueza”. Pero, ¿quién les dio a ellos poder para
obtener riquezas? Dios les ha concedido la habilidad que poseen,
pero en lugar de darle a él la gloria, se glorifican a sí mismos. El los
probará y pondrá por el suelo la vanagloria. El mudará su fortaleza y
esparcirá sus posesiones. En lugar de bendición obtendrán maldición.
Un acto de maldad u opresión, una desviación del camino correcto,
no debería tolerarse más en un hombre que posee propiedades, que
en un hombre que no las posee. Todas las riquezas que el más
acaudalado jamás haya poseído, no son suficientes para pagar el más
mínimo pecado ante Dios; no serán aceptadas como rescate por la
transgresión. Solamente el arrepentimiento, la verdadera humildad,
un corazón quebrantado y un espíritu contrito será aceptado por
Dios. Y ningún hombre tendrá verdadera humildad delante de Dios,
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a menos que ésta sea ejemplificada delante de otros. Nada menos
que el arrepentimiento, la confesión y el perdón de los pecados es
aceptable a Dios.
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