Página 557 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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El engaño de las riquezas
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Muchos ricos han obtenido sus riquezas por negociaciones frau-
dulentas, para aventajarse, perjudicando a los más pobres, y aun a
sus hermanos; y estos mismos hombres se glorían de su sagacidad
y viveza en un contrato, pero la maldición de Dios será sobre cada
centavo obtenido de esa manera y sobre la ganancia que reciban.
Cuando se me mostraban estas cosas, pude ver la fuerza de las pala-
bras del Señor: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una
aguja, que un rico entrar en el reino de los cielos”. Los que poseen
la habilidad de adquirir propiedades necesitan estar constantemente
alerta; de lo contrario dedicarán sus adquisiciones a malos fines y
no mantendrán estricta honestidad. Así, muchos caen en tentación,
engañan astutamente, reciben más por una cosa que lo que vale, y sa-
crifican los principios generosos, benévolos y nobles de su dignidad
humana a cambio de sórdidas ganancias.
Se me mostró que muchos que profesan ser guardadores del sá-
bado aman tanto al mundo y las cosas que están en él, que han sido
corrompidos por su espíritu e influencia; lo divino ha desaparecido
de sus caracteres y en su lugar se ha infiltrado lo satánico, transfor-
mándolos para servir a los propósitos de Satanás y ser instrumentos
de injusticia. Sin embargo, en contraste con estas personas, se me
mostró a hombres industriosos, honestos, de pocos recursos, que
están dispuestos a ayudar a los necesitados, quienes prefieren sufrir
el abuso de sus hermanos acaudalados que manifestar un espíritu tan
avaro y adquisitivo como el que ellos manifiestan; hombres que esti-
man la conciencia clara y justa, aún en las cosas pequeñas, de más
valor que las riquezas. Ellos están tan listos para socorrer a otros, tan
deseosos de hacer todo lo bueno que esté en su poder, que no acumu-
lan riquezas; no aumentan sus posesiones terrenales. Si hay alguna
obra de benevolencia en la cual invertir medios o esfuerzos, ellos
son los primeros en interesarse y responder. Frecuentemente se es-
fuerzan excediendo sus posibilidades negándose a sí mismos alguna
cosa necesaria, con tal de llevar a cabo sus benévolos propósitos.
Por cuanto estos hombres pueden hacer alarde de pocos tesoros
terrenales, a veces se los considera deficientes en capacidad, en jui-
cio, y en sabiduría. Pueden ser contados como de ordinario valor,
y su influencia puede no ser estimada por el hombre; sin embargo,
¿cómo considera Dios a estos hombres pobres y sabios? Son consi-
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derados de gran valor en su presencia, y aunque no aumenten sus