Página 559 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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El engaño de las riquezas
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conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por
sublime [riquezas adquiridas por opresión, por decepción, por enga-
ñar con astucia, por fraude, o por cualquiera otra forma deshonesta],
es abominación delante de Dios”. En seguida Cristo presenta los
dos caracteres, el hombre rico que estaba vestido de púrpura y lino
fino, y que siempre comía suntuosamente, y Lázaro, sumido en vil
pobreza y asqueroso a la vista, que mendigaba las pocas migajas que
desechaba el hombre rico. Nuestro Salvador muestra su apreciación
de los dos. Aunque Lázaro estaba en una condición tan deplorable,
poseía verdadera fe, verdadero valor moral, el cual Dios vio y consi-
deró de tan gran valor que tomó a este pobre, despreciado sufriente
y lo colocó en la más exaltada posición, mientras que el venerado,
reverenciado y acaudalado amante del ocio fue arrojado afuera de la
presencia de Dios y sumido en la miseria y el infortunio. Dios no
les dio valor a las riquezas de este hombre acaudalado, porque no
poseía verdadero valor moral. Su carácter no tenía ningún valor. Sus
riquezas no lo favorecieron delante de Dios, ni le dieron influencia
alguna para obtener gracia.
Por medio de esta parábola, Cristo deseaba enseñar a sus discí-
pulos a no juzgar o estimar a los hombres por sus riquezas o por los
honores que recibieran. Tal fue la senda que escogieron los fariseos,
quienes mientras poseían riquezas y honor mundanal, eran sin valor
a la vista de Dios, y más aún, fueron despreciados y rechazados por
él, echados de su presencia como desagradables porque no había en
ellos dignidad moral ni rectitud. Eran corrompidos, pecaminosos, y
abominables ante sus ojos. El pobre, despreciado por sus coterráneos
y desagradable a sus ojos, era de valor ante los ojos de Dios porque
era moralmente recto y digno, calificándolo de esa manera para ser
presentado a la sociedad de refinados ángeles y para ser un heredero
de Dios y coheredero con Cristo.
En su exhortación a Timoteo, Pablo le advierte de una clase que
no consentirá en escuchar palabras edificantes y que juzgará errónea-
mente las riquezas. El dice: “Si alguno enseña otra cosa, y no atiende
las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es
conforme a la piedad; es orgulloso, nada sabe, y enloquece acerca
de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envi-
dias, pleitos, maledicencias, malas sospechas, porfías de hombres
corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que tienen la