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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
peró fuerzas suficientes para alabar a Dios, y acalló los temores de
sus familiares con fuertes exclamaciones de triunfo motivadas por
las evidencias de que había recibido el poder del Señor sobre él. Ese
joven fue incapaz de regresar a su hogar esa noche.
La familia consideró esto como una manifestación del Espíritu
de Dios, pero no los convenció de que fuera el mismo poder divino
que en algunas ocasiones había descendido sobre mí privándome de
mi fuerza natural e inundando mi alma con la paz y el amor de Jesús.
Dijeron espontáneamente que no era posible dudar de mi sinceridad
y de mi perfecta honradez, pero afirmaron que yo me encontraba
engañada por mí misma al considerar que eso era el poder del Señor,
cuando era únicamente el resultado de mis propios sentimientos
agitados.
Sentí mucha incertidumbre debido a esta oposición, y al apro-
ximarse la fecha de nuestra reunión regular, llegué a dudar de la
conveniencia de asistir. Durante algunos días sentí gran aflicción
a causa de los sentimientos que se habían manifestado hacía mí.
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Finalmente decidí quedarme en casa para escapar de la crítica de
mis hermanos. En mis afligidas oraciones repetía una vez y otra estas
palabras: “Señor, ¿qué quieres que haga?” La respuesta que recibía
mi corazón me llevaba a confiar en mi Padre celestial y a esperar
pacientemente conocer su voluntad. Me entregué al Señor con la
simple confianza de una niña, recordando que había prometido que
los que le siguen no andarán en tinieblas.
Un sentido del deber me impulsó a asistir a la reunión, y fui con
la plena seguridad de que todo saldría bien. Mientras nos encontrába-
mos postrados ante el Señor oré con fervor y fui recompensada con
la paz que únicamente Cristo puede dar. Me regocijé en el amor del
Salvador y mis fuerzas físicas me abandonaron. Únicamente pude
decir con fe infantil: “El cielo es mi hogar y Cristo es mi Redentor”.
Un miembro de la familia mencionada anteriormente, que se
oponía a las manifestaciones del poder de Dios que yo experimenta-
ba, dijo en esta ocasión que me encontraba en un estado de agitación
que yo tenía el deber de resistir, pero que en lugar de hacerlo, él
creía que yo hacía un esfuerzo por fomentarlo como señal del favor
de Dios. Sus dudas y su oposición no me afectaron esta vez, por-
que me sentía aislada con el Señor y elevada por encima de toda
influencia exterior; pero no bien esta persona había dejado de hablar,