Página 600 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1
Estábamos tan desanimados y acongojados que les dije a dos de
nuestros principales hermanos que no nos sentíamos bienvenidos, al
enfrentar falta de confianza y frialdad en vez de bienvenida y ánimo,
y que no comprendía cómo podría ser correcto seguir una conducta
así hacia los que se habían deteriorado por esforzarse entre ellos más
allá de sus energías en su devoción a la obra de Dios. Dije entonces
que pensábamos que deberíamos salir de Battle Creek y procurar un
hogar más alejado.
Atribulada en espíritu más allá de lo que es posible expresar,
permanecí en casa, temiendo ir a los hogares de los miembros por
temor a ser herida. Finalmente, como nadie se acercara para ofrecer
sosiego a mis sentimientos, sentí que era mi deber reunir un número
de hermanos y hermanas de experiencia y refutar los informes que
circulaban respecto a nosotros. Abrumada y deprimida hasta la an-
gustia, me enfrenté a los cargos contra mí, haciendo un recuento de
mi viaje por el este, hacía un año, y las penosas circunstancias que
afrontamos en ese viaje. Rogué a los presentes que juzgaran si mi
conexión con la obra y la causa de Dios me conduciría a despreciar
la iglesia de Battle Creek, por cuyos miembros jamás he tenido nin-
gún sentimiento negativo. ¿No era mi interés por la obra y la causa
de Dios tan grande como el mayor que ellos mismos pudieran tener?
Toda mi experiencia y existencia estaban entretejidas con éstas. No
abrigaba interés alguno que no fuera el de la obra. Había invertido
todo en esta causa, y no había estimado ningún sacrificio demasiado
grande a fin de adelantarla. No había permitido que mi afecto por
mis amados bebés me detuviera de realizar mi deber, según Dios
lo requería en su causa. El amor maternal floreció tan fuerte en mi
corazón como en el de cualquier madre viviente; sin embargo, me
había separado de mis pequeños hijos permitiendo que otra persona
actuara como madre para ellos. Había dado inconfundibles eviden-
cias de mi interés y devoción por la causa de Dios. He demostrado
por mis obras cuán cara es ella a mi corazón. ¿Podría otro producir
una prueba más fuerte que la mía? ¿Eran celosos en la causa de la
verdad? Yo era más celosa. ¿Eran devotos a ella? Yo podía probar
mayor devoción que cualquier otro de los obreros. ¿Habían ellos
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sufrido por amor a la verdad? Mi sufrimiento era mayor. No había
considerado mi vida preciosa para mí misma. No había esquivado
reproches, sufrimiento o penurias. Cuando mis amigos y familiares