Página 615 - Testimonios para la Iglesia, Tomo 1 (2003)

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Conflictos y victoria
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Antes de regresar de la Asociación General, los Hnos. Andrews,
Pierce y Bourdeau, tuvieron una sesión especial de oración en nues-
tro hogar, en la cual todos fuimos grandemente bendecidos, espe-
cialmente mi esposo. Esto lo animó para regresar a nuestra nueva
residencia. Entonces comenzó su agudo sufrimiento por problemas
de la dentadura y también nuestras labores informadas en la
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.
En su condición desdentada solamente dejó de predicar una sema-
na, pero trabajó en Orange y Wright, en la iglesia de la casa, en
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Greenbush y Bushnell, predicando y bautizando como antes.
Después de regresar de la Asociación General, una gran incerti-
dumbre me sobrecogió en relación con la prosperidad de la causa de
Dios. Vinieron dudas a mi mente que no habían existido seis meses
antes. Vi al pueblo de Dios participando del espíritu del mundo, imi-
tando sus modas y poniéndose por encima de la sencillez de nuestra
fe. Parecía que la iglesia de Battle Creek se apartaba de Dios y era
imposible levantar su sensibilidad. En Battle Creek los testimonios
que Dios me había dado tuvieron una mínima influencia, y allí se
les prestó menos atención que en cualquier otra parte del campo. Yo
temblaba por la causa de Dios. Sabía que el Señor no había olvidado
a su pueblo, pero que sus pecados e iniquidades los habían separado
de él. Battle Creek es el gran corazón de la obra. Cada pulsación
la sienten los miembros del cuerpo en todo el campo. Si este gran
corazón tiene salud, una circulación vital se sentirá a través de todo
el cuerpo de los observadores del sábado. Si el corazón está enfermo,
la condición debilitada de cada aspecto de la obra lo confirmará.
Mi interés está en esta obra; mi vida está enlazada con ella.
Cuando Sión prospera, soy feliz; si languidece, estoy triste, débil,
desanimada. Vi que el pueblo de Dios estaba en condición alarmante,
y que Dios les estaba retirando su favor. Yo ponderaba este cuadro
triste día y noche e imploraba en amarga angustia: “Oh, Señor, no
entregues al desdén tu herencia. Que los paganos no digan: ¿Dónde
está su Dios?” Sentí que se me había desligado de todos los que
dirigen la obra y estaba virtualmente sosteniéndome sola. No me
atrevo a confiar en nadie. He despertado a mi esposo en la noche
diciéndole: “¡Tengo miedo de convertirme en una infiel!” Entonces
clamaba al Señor para que me salvara por su propio brazo pode-
roso. No podía ver que mis testimonios fuesen apreciados y tenía
el pensamiento de que tal vez mi obra en la causa había llegado a